Corregido en el foro de Metáforas.
Saltó de un árbol al otro, agarrado a la liana como había visto hacer a Tarzán en aquellas películas en blanco y negro o en color, cuando era niño. El actor se cogía fuertemente a la extraña cuerda sólo con sus manos, saltando de una rama a otra. Él se aferraba como si la vida le fuera en ello. A sus pies, un vacío total; a lo lejos, el crepúsculo. Las gaviotas parecían volar rodeando aquella luz irreal. Se dió cuenta de que estaban plasmadas allí, como dibujadas.
Estaba realmente cansado. Ascendió por el tronco del árbol, con cierta dificultad. Era curioso: parecía no ser dueño de sus extremidades. Quería colocar el pie en un trozo de corteza bien segura y la mano sobre la rama pero subía como un... ¿mono? O quizás un insecto. Sin fijarse en dónde podía asirse. Raro. Si ni siquiera tocaba el tronco. El sueño. Era el sueño, seguro.
Más arriba se escuchaban voces. ¡Otras personas! ¡Qué alivio! No se encontraba solo en esa pesadilla vivida desde hacía...¿cuánto tiempo? No recordaba cómo empezó. Ni siquiera de en qué momento llegó allí o lo ocurrido antes. Se acordó de Tarzán por la liana pero de nada más. Quizás se golpeara en la cabeza cuando conducía el coche y tuvo que frenar en seco. Sí, algo rememoraba. Pero ya había llegado. Desde luego, era la copa del árbol. Un ejemplar altísimo, una secuoya de ésas estadounidenses. ¿Y qué hacía él en los Estados Unidos? Qué cosa más extraña. Si nunca había cruzado el "charco". Posiblemente su familia lo enviara para operarle y se olvidaran de él. Operarle... ¿de qué? Huy, qué pensamientos tenía en la mente.
Allí veo siluetas. Sí. - ¡Por favor, escúchenme, necesito ayuda! - No me hacen caso. Gritaré más. - ¡Eh, oigan ustedes, por favor, necesito ayuda!- Ah, veo que por fin me han oído. Me acercaré a ellos. Vaya, parece que por aquí ha debido de pasar un terremoto. Sí, debo de haber llegado a los Estados Unidos. Allí hay uno de sus famosos artilugios campestres: una especie de noria o molinillo, esas aspas que sostienen sobre una torre y que deben de ser una especie de veleta o algo así. Ha caído sobre las ramas de un árbol. Aquí hay muchos ciclones, así que pudo llegar hasta esta altura transportada por el viento. Pero... esa gente. - ¡Por favor! ¿Pueden decirme dónde me encuentro?- No parecen entenderme, quizás no hablen mi idioma. - Hello-.
Uno de ellos indica que me acerque. Qué rostros más sombríos, más tristes. Llevan una gran angustia. Son raros. - Please, can you help me? - Espero que no se molesten con mi presencia. Me pide que me coloque a la cola y los siga.
Hi- No se esfuerce, le comprendemos perfectamente. Aquí nos entendemos todos. ¿No sabe usted dónde estamos? Mire, llega otro. Usted no ha sido guiado, evidentemente: ha tenido que escalar por la corteza del árbol. Pero tenemos un cicerone que nos indica por dónde hemos de marchar. - ¿Dónde se halla esa persona?- Cuando necesiten de usted, se lo harán saber. - Pero... ¿Dónde? ¿Cuándo? ¿En dónde estamos?. - Escuche.
De repente un sonido incisivo se le introdujo hasta el cerebelo. Una voz de laringe anónima, comenzó a formular, uno tras otro, varios nombres, algunos en lenguas desconocidas. ¿Dónde me encuentro? ¿Adónde he venido a parar?. Pero... ¡Un momento! ¡He creído escuchar mis apellidos! ¿Me llaman?
Si ha entendido su identificación, efectivamente, le llaman. Tenga cuidado. Los romanos pueden atacar en cualquier momento y si le encadenan en una acera donde dos farolas le traben, puede morir de inanición. Vigile usted.
Gracias. Descuide que tomaré en cuenta sus palabras.
Romanos. ¿Romanos de la antigüedad? Bueno, aquí puede suceder cualquier cosa. Y un tramo de acera entre dos farolas. Qué cosas más ridículas ocurren. Me llaman para subir en ese ascensor de madera. Varias personas acuden cogidas de la mano. Y algunas vuelan sobre las gaviotas. Es curioso que en el tiempo que llevo aquí, no he notado hambre ni ganas de acudir al aseo. Pero siento cierta desazón. No sé...
Bajamos. Cuántos colores se ven en el fondo. Poco a poco, según descendemos, aparecen numerosos objetos: casas, personas construyendo aperos, pescando, cazando, desnudas de medio cuerpo para arriba. Ah y ahí deben de estar construyendo otra ciudad. En fin, creo que por fin vuelvo a la realidad. Me mandan ir hacia la derecha. ¿Será Nueva York? - Perdone, señorita... ¿Me puede decir dónde nos encontramos?
No piense en eso y ruegue porque la persona que juega, eleve el nivel. Es horroroso el modo de hacer desaparecer a la gente aquí
¿Qué dice? Cuánta imaginación tienen ustedes. ¿Jugar? ¿Quién juega?
Los que han tenido más suerte, han llegado a la parte donde pueden buscar un hogar, comer y dormir hasta que el propietario ha acabado el juego. Luego pasan a otra partida porque, sépalo usted, esto ya es para siempre. Me han nombrado.
Pero... ¡Oiga! ¡Oiga, por favor!
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Venga, cariño, deja de jugar ya con el ordenador que nos tenemos que ir.
Mamá: ¿Te imaginas que la vida fuera un juego de consola y Dios tuviera el mando?
(c) María Teresa Inés Aláez garcía.
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