CUANDO SE VA UN AMIGO

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Aquella mañana de otoño me encontraba de pie junto a la cristalera del comedor viendo como las diminutas gotas de lluvia caían silenciosamente sobre el asfalto, resbalaban mansamente por los cristales, o ensuciaban los pocos coches estacionados en la calle. Hacía tiempo que no llovía por estos lares, y aquella especie de chirimiri, o “calabobos” , me sorprendió tanto que, contemplando su caída, esbocé una sonrisa, porque aquello no era llover, era fastidiarme, el no poder salir, como lo nacía cada día, a darme mi paseo matutino y así estirar un poco las piernas. Abstraído estaba contemplando como caían las gotas de agua cuando sonó el teléfono: uno, dos, tres, cuatro, hasta cinco tonos tuvieron que sonar para llamar mi atención. Cogí el inalámbrico y volví a contemplar la pequeña lluvia que caía tras los cristales. Conforme escuchaba a quien me hablaba por la línea telefónica, me desplomaba, me iba quedando paralizado. La conversación duró unos pocos instantes, colgó y no esperó contestación por mi parte. Aquello me dolió mucho. Me senté en el sofás decaído, pensativo, con el rostro blanco, como si me hubiera dado un sofoco. No era para menos. Aquella voz, que identifiqué al momento, me comunicaba que mi gran amigo LUIS, ya no estaba entre nosotros, había pasado a mejor vida. A LUIS lo conocía de siempre, nos habíamos criado en la misma calle, siempre estábamos juntos. Entró mi esposa. Se asustó, creyó que me pasaba algo. La puse al corriente y lloró en silencio. Ella también quería a LUIS. Me preparó algo de ropa porque sabía que no faltaría a su sepelio, que me quedaría unos días para estar junto a su familia. Ella no dejaba de darme ánimos, que saliendo ahora, llegaría a tiempo para estar en el funeral. Tenía por delante casi quinientos cincuenta kilómetros por la ruta más corta que va a LA PUEBLA DE DON FADRIQUE, GRANADA, y desde aquí una vía que baja a la costa hasta el pueblo. La vía que baja desde GRANADA, hoy es una autovía que en su último tramo transcurre entre altas montañas hasta la intersección con la nacional trescientos cuarenta. No hace muchos años era una carretera de doble sentido, estrecha y mal cuidada, con asfalto pésimo, cuyos últimos diez kilómetros corría paralela al rio GUALFAFEO, salvando un cañón, o desfiladero, denominado “TAJO DE LOS BADOS”, que dicho río ha formado a través del tiempo. Era ya noche cuando llegué a la nacional trescientos cuarenta, las luces del pueblo se incrustaron en mis retinas y tuve que frotarme los ojos para ver con más claridad. Después de asearme y dejar el coche en el garaje, puesto que tenemos vivienda en el pueblo, me dirigí al tanatorio, que no está lejos de casa. Entré al tanatorio despacioso, impávido, buscando la sala donde estaba el finado, y su familia, no me fijé en nada ni en nadie. Entré en la sala. NATIVIDAD, NATI para los amigos, cuando me vio entrar, rauda como la luz, corrió hacia mí, nos fundimos en un fuerte y sincero abrazo, y comenzamos a llorar en silencio. No sé qué tiempo estuvimos de esa guisa, y fueron sus hijos, LUIS y ANTONIO, los que se acercaron y nos fundimos en otro sincero abrazo, porque ellos, mejor que nadie, sabían los unidos que estábamos su padre y yo. Me senté un rato con la familia charlando de LUIS, resaltando las cosas buenas de mi amigo, olvidando sus debilidades y exaltando su memoria. Más tarde salí al salón donde estaban amigos y familiares, aunque era ya tarde, aquel salón estaba repleto de gente, y en la calle había varios grupos de personas. Allí me encontré a todos los amigos, no faltaba ninguno, todos estaban conmovimos por la repentina muerte de LUIS. Pasamos toda la noche de velatorio hablando sobre LUIS, de nuestras correrías, de lo bien que lo pasábamos con sus ocurrencias, o en las fiestas patronales, y en las fiestas de los pueblos de alrededor. Todo era alabanzas, risas y lágrimas, porque el que menos se esperaba, el más vitalidad tenía, nos había dejado, había hecho mutis por el foro de la vida dejándonos tétricos. Nadie hablo de sus pecados, ni hablamos de NATI, mujer abnegada que sufrió sus vejaciones, sus infidelidades. Porque lo quería, era tanto su amor, que consintió compartirlo con su amante.

A la mañana siguiente fue el funeral en la iglesia SAN JUAN BAUTISTA. El recinto eclesiástico estaba lleno de feligreses. Familiares, amigos y conocidos quisieron mostrar su dolor acompañándole en su último viaje. Acabado el oficio, los íntimos llevamos su féretro, a hombros, hasta el lugar que se despide la comitiva, se le da el pésame a los dolientes, y después, también a hombros, lo transportamos hasta el cementerio. Cuando estaban preparando la sepultura para su inhumación, casi al final de la calle donde se daba sepultura a LUIS, había una mujer con gafas negras, morena, de pelo largo. La conocí al instante. Me acerqué a ella. Era AMPARO, la jefa de LUIS, era su patrona, mujer opulenta, una “terrateniente”. LUIS, a igual que su padre, era su capataz, y quien le labraba sus tierras, pero también su amante. Nos dimos un efusivo abrazo, ella lloraba en silencio y me dijo que esta noche nos viésemos en el bar de costumbre.

Después de dejar a mi amigo en su lecho eterno, y estar todo el día con la familia de LUIS, me dirigí al encuentro de AMPARO. Entré en el bar y me acomodé en una mesa del salón cercana a la amplia cristalera, se ve parte del pueblo, sus casas antiguas que contractan con la construcción moderna. Me acomodé en la silla con mirada fija en esas casas, y los recuerdos afloraron a mi mente. Abstraído no me percaté que mi interlocutora se sentó a la mesa.

-Creo que no estás aquí. –Me dijo algo burlona.

-Has tenido mucha valentía yendo al cementerio.-Dije yo, y al poco el camarero le sirvió lo que pidió al entra: un Martini.

-No me escondo de nadie, ni soy hipócrita. Todo el pueblo sabe lo nuestro, no tengo porqué esconderme. Tú sabes que no me gustan las medias tintas. ¿Sabes cómo murió? –Dijo lánguida.

-Sé que murió de infarto. Lo encontraron en las cuadras, el cómo no lo sé. Intuyo que tú me lo dirás.

-Murió en mi lecho, junto a mí. –Y comenzó a llorar en silencio. Yo, con suavidad, le cogí sus manos.- ¡Dios, cuanto le quería!

Estuvimos hablando gran rato recordando nuestra infancia, la juventud junto a LUIS y parte de nuestra vida de adultos. Nuestra conversación era amena y divertida, por ello busque el momento apropiado, y, raudo como un rayo, hice mí pregunta, que me martilleaba el cerebro:

-¿El padre de tu hija es LUIS?

Con ojos de ira, con los labios apretados, recogió sus cosas, y sin decir nada, se machó. Yo me quedé frío, pensativo, con un vacío en mi alma por ese amigo que se fue, pero con un amor inherente a su recuerdo, más he comprendido que el encuentro con Amparo ha sido simplemente, no para decirme como murió mi amigo, sino para lavar su conciencia.


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