Brisas con olor a sal, provienen de viento norte, ruidos estruendosos a lo lejos y mis manos con un peculiar brillo mineral. Me levanto de allí, de donde estuve por horas mirando el atardecer.
El horizonte dejó de tener aquel color rojizo que enamora mil veces al caer el Sol, mientras que yo, intuitivamente sé que estoy en ese lugar con arena que sale en los documentales... La playa.
Mi vista recorre en 360°, hacia todos lados, de arriba a abajo y no hay nadie.
Antes que obscureciera, dibuje tu nombre, lejos de la marea. Mi estado era de contento porque la Mar, seria incapaz de borrarlo, ni menos gentes; porque estaba solo, ni un alma en miles de kilómetros.
Me vestí de desnudos y te escribí mil poemas románticos, mientras la arena hacía indecorosas muestras de infantilismo en mis partes blandas.
La playa esta hermosa y limpia de noche, esta tranquila, sin el bullicio de la urbe, ni lo abstracto. Nisiquiera un vidrio para recoger, nisiquiera jaibas para asar, nisiquiera tú para hablar.
Sin embargo, igualmente estoy feliz, pues ya habían pasado horas ahí desnudo y tú nombre seguía intacto, pulcro, tal y como lo había dibujado...
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