Tenía los ojos cerrados, no quería abrirlos, sentía sus fuertes manos, sus interminables dedos estrechando su cintura y acercándola a él, sus lenguas buscándose y su respiración acelerada les alejaba del mundo que les rodeaba.
Tras años deseándole e imaginando situaciones que le parecían imposibles ahí estaba, frente a ella, mirándola con nerviosismo, ilusión, anhelo. Celia deseó que su imaginación no la jugara una mala pasada y que todo fuera real; su físico desde luego lo era, guapo, alto, delgado, mirada penetrante que hablaba sin mediar palabra y una electricidad que la quemaba. No hacía frío pero incluso bajo el solo su piel se erizó y sintió ese calor entre sus piernas que solo aparecía cuando quería algo de verdad. Quería a Olivier, en ese mismo momento, ahí mismo, solo para ella.
Sentados uno junto al otro, la mesa sobre la que todos comían les propiciaba un pequeño escondite, un recóndito espacio donde poder demostrarse que el fuego que sentían era real y estaba aumentando con cada minuto que pasaba. Se devoraban con la mirada, los labios y esos juegos de piernas y manos que comenzó al poco de sentarse.
Sus manos eran suaves, fuertes, delicadas y no paraban de buscar las de ella. Sobre su pierna, sentía como la electricidad que Olivier transmitía con cada roce era intensa, penetrante y no hacía sino aumentar su deseo, su humedad y su anhelo tanto tiempo retenido hacia él. Entre plato y plato la espera era eterna, sin pensarlo decidió levantarse y subir las escaleras hacia el lavabo. Sabía como él, de cara hacía ellas, miraría cómo se contoneaba y subía despacio, dándole tiempo a desearla. Desear cada centímetro que dejaba intuir su ropa, sus movimientos, su oscilación. Cuando llegó, cerró la puerta y respiró hondo. Excitada y nerviosa no podía dejar de pensar qué ocurriría si él había entendido su mensaje e fuera tras ella. Se dio cuenta que sus manos temblaban; en ese momento sintió cómo intentaban abrir la puerta y se apartó. No era él, no lo podía creer, ¿acaso no habían sido evidentes sus intenciones? Mientras se miraba al espejo vio el reflejo de la puerta abriéndose despacio, esos dedos que tanto anhelaban dieron paso a su mirada, su cuerpo y su mutuo apetito.
Sin dudarlo Olivier se dirigió hacia ella y topó con la mujer que había desmoronado las esperanzas de Celia hacía solo unos minutos. Ambos se sorprendieron, comenzó despacio a lavarse las manos mientras ambos se miraban sin ni siquiera poder tocarse. En tan reducido espacio los tres, parecía que por alguna razón no terminaba nunca y vendría alguien antes de poder saborear esos labios. Tras unos minutos interminables y nada más cerrar la puerta ambos se abalanzaron sin necesidad de preguntas. Se besaron intensamente, fuerte, sintiendo su sabor, sus lenguas ansiosas de saborearse no dejaban separación posible mientras sus manos se buscaban estrechándose hasta que de nuevo la puerta volvió a abrirse.
Celia no podía creerlo. Nadie había subido desde que se habían sentado y ahora no dejaban de hacerlo. En ese momento se dio cuenta que no era suficiente, no era así cómo lo había imaginado, abrió la puerta y se fue. Apenas dio dos pasos y Olivier la alcanzó atrayéndola hacía él, esa cintura, ese cuerpo...le asfixiaba, necesitaba saciarse de su olor, su sabor su todo. No sabía por qué ni cómo, pero su deseo era impetuoso, irrefrenable, no podría dejarlo escapar. Celia volvió a escabullirse intentado bajar, pero él no podía permitirlo, la deseaba y no se marcharía a ningún sitio. La miró intentando expresar todo lo que las palabras no eran capaces de explicar y vio cómo ella le entendía, entendía ese lenguaje que solo ellos podían comprender.
Abrieron la puerta y volvieron dentro. Sus cuerpos se antepusieron a todo lo que la lógica no entendía. No importaba cómo habían llegado ahí, era real, intenso, penetrante y vehemente. Olivier con sus manos bajo su camisa sintió sus pechos, sus pezones erectos en esa maravillosa proporción que haría reventar su cremallera. Notaba su sexo ansioso por salir a formar parte de esa vorágine que les invadía. Celia le empujó separándole, así no; respiraba rápido, agitada, sin dejar de morderse los labios mirándole como hacía mucho que nadie le miraba. Olivier se acercó, con su cuello entre las manos no pudo callar estaría horas...así...besándote, sintiéndote mía horas. Esos ojos no podían mentir, Celia se rindió, le besó, concentró todas sus fuerzas en no desprenderse de esa sensación que llenaba cada poro de su cuerpo; entre gemidos oyó como la cremallera daba paso a lo que tanto ansiaba.
Olivier tuvo que silenciar su gemido vivo, agudo y profundo que Celia acompañó con un intenso y largo suspiro. Se sentía colmada, completa. Nada más importaba, el mundo podía esperar. Cada movimiento era más violento y a la vez delicioso, se sentía sumisa y no le importaba quería que ese momento fuera eterno, no dejar de vibrar y estremecerse con Olivier dentro de ella expresándola todo lo que había provocado en él.
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