Por mi, la niebla y la llovizna
y una noche de sábado de invierno.
Por mi, la piel, casi furtiva,
arrebatandole caricias a los sueños.
Un jardín. desvelado de amapolas,
llora la suerte de imprevistas excepciones
-suerte de muerte accidental-
trenes partiéndose en las estaciones,
noche de estrellas, donde se estrellan los aviones.
Noche de sirenas, de ambulancia, de hospital.
Noche, cayéndose, quebrada por las sombras,
como se quiebra una copa de cristal.
Duendes, que dignifican el lenguaje
del recuerdo, trepándose a una piedra
o ahogándose en el mar.
Burbujas del asfalto que lastiman,
se prenden, nuevamente, de mis pies.
Por mi, la niebla y la llovizna
y este lánguido mañana-tablero de ajedrez.
El vértice de fugas estelares,
descargas de metrallas, me matan otra vez.
La muerte, sumándose a la herida
de veinte muertes mas, que me lastiman.
El golpe y la estocada, y de nuevo este caer
balanceándome en la esquina del querer y no poder.
Pero el debes, debiste, deberías,
confunden las vocales y los días.
Y no hay hadas, ni duendes, ni mágicos
hechizos. Ni milagros. Mi carroza
es una antigua
calabaza sin caballos.
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