Eran las 8:56 cuando tocamos el timbre. Abrieron la puerta 2 minutos después y me observaron de la cabeza a los pies. A mi madre, no. Sólo a mí. Porque yo iba a quedarme a trabajar con ellas.
- ¿Trajo ropa para toda la semana?
- Sí, señora - respondió mamá con voz sumisa
- Pues entonces, que pase - Dijo la mayor de las señoras de la casa - Aquí se le explicará lo que tiene que hacer. Pero no tendrá tiempo para lavar su propia ropa. ¿Me entiende?
- La entiendo, señora
Y mi madre se fue. Y tras las breves instrucciones que me dieron, me dispuse a hacer la limpieza de aquella enorme casa de 4 habitaciones, sala, comedor, cuarto de estudio, cocina...
Y era verdad. No tenía tiempo para hacer otra cosa que no fuera la limpieza, la comida y los mandados de las patronas. Pero así no me daban tiempo de pensar en otra cosa. Hasta que conocí a Fernando.
Fue ese viernes por la tarde, que me encontraba barriendo el corredor de enfrente de la casa. Sentí sobre mi espalda una mirada. Y de manera disimulada volteé y lo vi. Estaba en la casa de enfrente, a travez de la calle que nos separaba. Miraba fijamente. Y cuando notó que lo miré, me sonrió. Pero no era un sirviente como yo. Vestía muy bien. Sus ropas eran finas.
- Es el hijo de los patrones de la casa de enfrente - Fue lo primero que pensé.
¿Cómo se iba a fijar en alguien como yo? No podía ser. Si acaso le gustaba ver mi cuerpo pero, cuando sepa quién soy se le pasará. Pero no fue así. Porque vino el mozo de la casa de enfrente a preguntarme
- Dice el joven Fernando que a qué horas sales
- A las 7 de la noche - Le respondí sin pensarlo. Y miré hacia donde estaba el joven Fernando. Quien me sonrió de nuevo. Entonces recordé que mi madre vendría por mí.
- Espera - Le grité al mozo que ya se iba con el recado
Y el mozo regresó y le dije que esta vez vendría mi madre por mí. Que si podría esperar hasta el próximo viernes, que le pediría a mi madre que no viniera.
Pero Fernando no lo aceptó. Cuando escuchó el recado que le mandé con el mozo, caminó hacia mí. Bueno, hacia la casa de enfrente. Me sonrió pero no me habló. Sólo toco el timbre. Cuando la señora Elena salió, lo hizo pasar hasta la sala. Allí estuvieron por algunos minutos. Cuando se despidió, yo había terminado de barrer y trapear el corredor. Me iba a la cocina a preparar la cena de mis patronas.
- Silvia - Me llamó doña Elena. Y yo corrí a su encuentro. - ¿Sabes planchar?
- Sí, señora - le respondí con la cabeza baja pero con ganas de levantarla para ver al joven Fernando
- Acompaña al joven Fernando a su casa. Él vive enfrente y necesita que le planches unas camisas. ¿Puedes hacerlo?
- Sí, señora - respondí en voz muy baja. Cuando en realidad quería gritar con alegría. Porque me había gustado mucho aquel joven de mirada fija y coqueta
- Entonces vete ya, antes de que venga tu madre.
Y acompañé al joven Fernando. Caminé tras él. Abrió la reja. Entramos. La cerró. Y entramos a la casa por la cocina. No había nadie. Y me pidió que subiera con él a la recámara donde se encontraba la ropa que iba a planchar. Entramos al cuarto y lo cerró con llave.
Entonces me asusté un poco. Pero no desconfié del joven. Se acercó a mí. Me levantó la cara y acercó sus labios a los míos. Me besó.
Al principio, no disfruté sus besos. Me sentí incómoda. Pero después sus brazos me atrajeron hacia él. Me apretó con suavidad y me siguió besando. Entonces, si me gustó. Y me entregué a sus besos y caricias. Caricias que sentía por todo mi cuerpo. Principalmente en mis senos. Luego en mis piernas, cuando me depositó en la cama. Ni cuenta me dí cuando me quitó la ropa interior. Pero sí sentí cuando me montó. Sus manos, en ningún momento dejaron de estrujarme el pecho bajo el sostén que no supo quitarme. Fue muy doloroso pero placentero. Porque el joven Fernando me gustaba. Porque sabía que si me entregaba a él, no lo perdería.
Cuando terminó, se recostó a mi lado. Yo iba a levantarme para vestirme pero él me detuvo. Y me miró con aquellos ojos claros. Aquellos ojos color verdes que ahora sí pude ver de cerca.
- ¿Cómo te llamas? - Me preguntó casi sin aliento
- Silvia - Le respondí tímidamente a pesar de lo que acababa de pasar.
- Es cierto, lo había olvidado - dijo con una sonrisa franca - Así te dijo Elena. ¿Cuándo podré verte de nuevo?
- No sé. Trabajo todo el día con doña Elena y doña Sofía. De lunes a viernes.
- Lo sé. Pero voy a necesitar quien me planche la ropa todos estos días que estoy de vacaciones con mis tíos
Volví a estar con él 4 veces más. Hasta que terminaron sus vacaciones. Y se fue con él, parte de mi vida.
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