Sexo al por mayor...
Por Tazzia Mayo
Enviado el 14/01/2015, clasificado en Adultos / eróticos
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Dos años después con Juan seguían priorizando el sexo sin tabúes Lucía entró a casa despacio, quería darle una sorpresa. Sigilosa se dirigió despacio a la habitación. A medida que se iba acercando comenzó a oír una respiración acelerada con gemidos que la acompañaban ¡perfecto! Estaba pensando en ella y en unos minutos cuando abriera la puerta, lo haría real. Puso su mano sobre la puerta, la abrió despacio y vio como el cuerpo desnudo de Juan estaba entre las piernas de aquella rubia con quien compartieron su primera trilogía. Lucía tardó en salir el tiempo justo que tardó Juan en sacar su lengua de entre las piernas de ella; se marchó sin saber cómo interpretar su mirada, mirada que hasta hace unos segundos sabía qué significaba.
El sábado, tras días sin verse, Lucía se arregló como nunca. Llevaba su camisa favorita, de seda y sin sujetador, sus pezones se endurecían al mínimo roce, sabía que ellos y su rugosidad le facilitarían mucho su venganza. Su falda ceñida marcaba sus curvas y dejaba a la imaginación las puertas de su placer.
Llegó pisando fuerte, mirando alrededor y buscando su primera presa; Juan la miraba extrañado, pero no importaba, su cuerpo hoy no sería para él. Pidió una copa en la barra y se echó sobre ella sabiendo que su pezón se podía entrever para el rubio que estaba a su lado, de perfil se dio la vuelta y fue clara ¿Quieres verlo de cerca? Sin mediar más palabra fuero al aseo, apenas se desnudaron, él estrechaba fuerte sus pechos, lamía esos pezones que tanta excitación habían provocado en unos segundos y Lucía se centró en ese sexo que quería dentro de ella sabiendo que Juan les había visto marcharse. Se bajó los pantalones y se subió en él, despacio, creando el ancho suficiente para él que a decir verdad tampoco era demasiado.
Salieron cada uno por su lado y Lucía buscó al siguiente. El sexo les unió y eso mismo les separaría, no sin antes dañar un poco su orgullo varonil. Todos la miraban con ojos de deseo, solo tenía que elegir el que mantuviera su humedad sin evaporarse.
Un castaño con ojos claros la devoraba sin decoro y parecía saborear cada poro de su piel mientras pasaba su lengua por sus labios. Se acercó hacía él mientras su mirada tentadora reafirmaba su deseo y al llegar junto a él fue directa a sus labios carnosos y húmedos. Respondió rápido a su beso introduciendo su lengua todo lo que pudo y sir pudor, Lucía introdujo su mano bajo el pantalón sin preocuparse por quién pudiera verla, de nuevo, con otro. Era su venganza y solo ella escribía el guión. Para nena, aquí no Vamos fuera.
Salieron fuera y la oscuridad del callejón propició que solo pudieran sentir. Se colocó de rodillas delante de ella y subió despacio la falda, con suavidad, esa suavidad que hoy no necesitaba de un extraño. Lucía llevó su cara entre sus puertas y sintió como su lengua entro en ella, moviéndose a la velocidad exacta, girando cuando debía y haciendo partícipe a su mano en el momento justo. No quería reprimirse y gimió, gimió antes de lo esperado cuando esa corriente de electricidad extrema la atravesó de pies a cabeza. Le aferró fuerte y él se vio inundado por su humedad. Se puso en pie y se introdujo en ella fuerte, sin reparos mientras mordía su cuello.
Volvieron a entrar y esta vez, sí pudo interpretar la mirada de Juan. Sus ansias de demostrar que sentía menos que ella habían hecho que dudara de sus sentimientos reales, fueran cuales fueran, y ahora debería pagar por no ser capaz de compartirlos. Quedaba una presa más, una que tendría el premio de ir a casa con ella. Al final de la barra, mirándola con curiosidad y cierta timidez estaba quien se lo llevaría. Se acercó despacio, utilizando una mirada más suave que con los otros dos, sentía que él necesitaría más tiempo. Hablaron, se inclinó, acarició suavemente su muslo y le aduló como Juan tan bien le había enseñado.
Charlaron, se rieron y al fin -costándole más de lo que esperaba- se fueron juntos a casa. Marco era delicado, rozaba su piel con suavidad, manteniendo su erección mientras estaba entre sus piernas y de nuevo, Lucía sentía otra lengua, otros movimientos, otro ritmo. No pensaba en ello, solo quería olvidar utilizando esa humedad que no dejaba de emanar. Tras una cantidad innumerable de orgasmos sin que él disfrutara de los suyos, se colocó sobre él y saboreó su sexo, despacio, acariciando sus ingles y -sin que le sorprendiera- apenas le llevo unos minutos que su explosión le hiciera gemir alto, fuerte y sincero. Sinceridad que hacía meses no sentía en su relación abandonada en el bar.
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