Así tranquilo e intrascendente termina este día perdido entre tantos días.
Entonces prefiero remitirme a un plano más elevado e imaginario para extraer esa extraordinaria y misteriosa belleza que brinda el mundo de los sueños; tan contrastado con esto que me rodea.
Entonces prefiero aislarme un poco del entorno y regocijarme frente a la hoguera de mi casa inaccesible; tendido en el sofá mullido que me abraza y me hace dueño. Solo yo sé que este puede ser el lugar más bello que conozco, con un cálido silencio de paz; quiero quedarme aquí, riéndome con apenas una mueca privada. Justamente, la privacidad e intimidad son esas cualidades que la hacen mía; solo puede ser conocida por quienes yo quiera que la conozcan, nadie podría entrar por sus propios medios, conocerme es el único camino hacía allí (hacía aquí adentro ahora mientras escribo) y quien me ame, su mejor invitado. Es una casa de infinitas ventanas, con infinitos paisajes, con un bello jardín que se parece a un paraíso.
Hoy quiero estar solo aquí, en este living sobre el sofá, a medio vestir y con las medias puestas, con un cuaderno en mano y un poco de sueño, justo así, escribir hasta saciarme, hasta que me deje vencer por el sueño y la luz ambiente se atenúe tanto como estos últimos minutos que quedan de atardecer, de tibios rayos de luz naranja y un vago y trémulo rosa que mi ventana da paso. Me dormiré así, muy dentro de mí y descansaré absorto del mundo, y, aunque sé que al despertar no estaré en casa ni mucho menos, que quizás ni me acuerde que estuve en ella, igual la entereza y la alegría de esta ilusión, serán gracia de su estadía.
Diego S.C.
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