- Si pudiera ser como mi hermano - se decía a si mismo Alfredo todas la mañanas.
Porque Santiago, era el más popular en la Universidad. Porque sus notas eran las mejores. Porque era el capitán del equipo de baloncesto. Porque sus padres le habían comprado un automóvil el día de su graduación. Porque sentía que era el consentido de sus padres.
Y esa noche llevaría a la casa a su novia María Fernanda. Para que sus padres la conocieran. Para que en un mes, tal vez, hubiera boda. Y después los hijos. Y la casa, que pensaba comprarse, gracias a los ahorros que inició desde que era niño.
Ahorros que les daban a los dos hermanos. Pero que sólo uno de ellos los guardó.
- ¿Ya tienes novia, Alfredo? ¿Cuándo la traes a casa, para conocerla?
Pero Alfredo no tenía novia. Ni era popular en la escuela. Ni tenía buenas notas. Ni era buen deportista. Ni tenía dinero. ¿Pero por qué ya no tenía dinero? Ahora lo recordaba.
- Si pudiera tener tantos amigos como mi hermano - Se despertó diciendo una mañana.
Y llegó a la escuela. Y casi todos los universitarios que se encontraba a su paso, lo saludaban. Y las universitarias le coquetaban. Las más atrevidas se le acercaron.
- Alfredo, ¿me invitas al cine al salir de clases?
- Alfredo, ¿Quieres ir a una fiesta al sábado a mi casa?
- Alfredo, ¿Quieres andar conmigo?
Y empezó a salir con las chicas. Y a gastar de sus ahorros. Y a pedir prestado.
Y sus amistades le prestaban. Porque creían en él. Porque era popular.
- Si mis notas en la escuela, fueran tan buenas como las de mi hermano - Se despertó pensando un lunes
Entonces sucedió. En los primeros exámenes semestrales, en su mente, tenía todas las respuestas. Sólo tenía que marcarlas en las hojas. Sus calificaciones mejoraron. Los diplomas llegaron. Participó en eventos académicos y en todos, fue excelente. Y no tenía que pasarse las horas estudiando. Tenía el don de tener las respuestas en su mente, a la hora de los exámenes. Pero no en las mesas de discusiones, de alumnos avanzados. Ahí no sabía responder. No tenía respuestas a las preguntas abiertas que le hacían profesores y alumnos de esos círculos de aprendizaje. Se sentía como pez fuera del agua.
- Si pudiera ser el capitán del equipo de baloncesto de la Universidad - Se dijo un día
Y la ocasión llegó. Cuando pasaba junto a la cancha exterior de baloncesto, un balón llegó botando hasta él. Lo recogió y, mas por curiosidad que por otra cosa, lo lanzó al aro. Con tan buena fortuna que logró el enceste. Los jugadores que en ese momento practicaban, lo miraron incrédulos. Y lo invitaron. Empezó a participar en los entrenamientos y pronto vieron que tenía una habilidad poco común para encestar el balón sobre el aro. Y en poco tiempo, lo nombraron capitán del equipo de la escuela.
Y en un encuentro, casi todos los balones pasaban por sus manos antes de decidir la jugada final. Se convirtió en el mejor jugador de baloncesto de la escuela. Llegaron los eventos deportivos anuales y se formó el equipo, donde Alfredo era la estrella. Pero Alfredo se volvió personalista en su juego. No quería compartir el balón, ni la fama como jugador. Y el equipo se desintegró. ¿Y de qué sirve un capitán si no hay equipo?
- Si pudiera tener una novia como María Fernanda - Se repitió una vez al despertarse
Y conoció a Cristina. Una hermosa joven que lo había conocido desde que era impopular. Y a la que Alfredo nunca le hizo caso. Una chica hermosa pero algo tímida y centrada. Una chica que podría haber aceptado a Alfredo, tal como era. Pero a quien Alfredo nunca se dignó a mirar.
Sólo que ahora la miraba. Porque estaba en la única otra mesa ocupada en el comedor de la esuela. Porque mientras ella se tomaba su malteada, Alfredo no tuvo tiempo ni manera de desviar su mirada. Y porque ella le sostuvo la mirada. Le sonrió.
Alfredo también le sonrió a Cristina. Y se acercó a su mesa.
- ¿Puedo sentarme? - Preguntó amablemente
Ella como respuesta, le volvió a sonreír. Y él se sentó. Comenzó a llover y ellos ni se preocuparon por volver al salón de clases. El romance empezó aquel día lluvioso para Alfredo.
Aquella relación duró seis meses antes de que Alfredo se decidiera a proponerle matrimonio. Fue cuando Cristina cayó enferma. El cáncer de sus pulmones empeoró. Y desde ese momento, tuvo que estar internada en el hospital. Y Alfredo estuvo con ella todo el tiempo. Lloraba y no entendía. ¿Por qué ahora que soy feliz, me pasan estas cosas?
Fue cuando se enteró de la muerte de María Fernanda. Y de por qué su hermano había decidido apresurar la boda con su novia.
- María Fernanda tenía un mal incurable cuando la conocí - Le dijo Santiago a su hermano Alfredo - Por eso traté de hacerla feliz en los días o semanas o meses que le quedaran de vida. Por eso le ofrecí matrimonio y la llevé a la casa. Porque en ese tiempo, yo también me sentí afortunado. Ella me hizo sentir el hombre más feliz del mundo. Pero me hizo prometer que a nadie le contaría de esto. Y cuando tú andabas con el equipo de baloncesto. Y eras el capitán. Ella murió. No había tenido tiempo de decírtelo.
Alfredo escuchó las últimas palabras de su hermano mayor con un fuerte dolor en el pecho. Pero en su mente, ya se iba formulando una pregunta contra su voluntad
- Si pudiera no haber nacido...
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