La batalla de Shiloh (1)

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Shiloh es una palabra hebrea que puede traducirse como “lugar de paz”.

Cerca de Pittsburg Landing, 6:01 de la mañana del 6 de Abril de 1882.

 

Ulysses S. Grant, general del ejército de la Unión, no estaba en absoluto contento.

Era demasiado pronto, no había desayunado y sus gachas de avena estaban ya apelmazadas y completamente frías, incomestibles para cualquier ser humano. Esto, por supuesto, hubiese incomodado el despertar de cualquier persona, pero no era, ni con mucho, lo que más le inquietaba.

Por el contrario, era mucho más preocupante la imagen encogida y aterrorizada que transmitía el sargento que se encontraba, desaliñado y angustiado, frente a él. Y el General intuía que aquel soldado era portador de terribles noticias.

-Es un gran ataque, señor. Son miles de ellos y nos han tomado completamente por sorpresa.- paró su discurso un instante, y se apoyó en sus rodillas, jadeando intensamente, mientras intentaba recuperar el aliento.-Hay muchos muertos, general.

Grant maldijo para sus adentros: era demasiado pronto. Aquello no debía de estar sucediendo aún. Llevaba varios días esperando unos refuerzos que no llegaban. ¿Dónde demonios se habían metido? En cualquier caso, eso ahora no era lo más importante, fuera lo que fuese que había retrasado su llegada, habría que hacer frente al ataque rebelde sin ellos. Esto suponía una seria contrariedad, pero no había otra alternativa que amoldarse a la situación.

No había esperado que los confederados tuviesen tanto coraje. Quizás los había subestimado en demasía. Hasta ahora, lo único que habían hecho era huir ante su ejército y él los había derrotado una y otra vez. Sin embargo, parecía que habían decidido tomar la iniciativa. Y Grant tenía que admitir que habían acertado, porque era una conyuntura extremadamente inadecuada para él. No era sólo que la ayuda no llegara, aunque eso suponía un serio contratiempo, si no que él, además, no se encontraba en sus mejores condiciones. En realidad, le dolían todos y cada uno de los huesos de su esqueleto, puesto que había sido herido dos días antes, al caer de su caballo. En efecto, era un momento delicado y el ejército confederado sin estar preparado.

Pero el general era un hombre aguerrido y perteneciente a esa rara especie que ofrece su mejor versión en la batalla, por lo que sabía que no era momento para lamentarse. Decidió actuar con calma, pero con determinación, por lo que se levantó de la silla, reprimiendo un gesto de dolor: Era importante no mostrarse débil, ni indeciso.

Y su esfuerzo pareció funcionar: El sargento, que había actuado de heraldo de las malas nuevas, no advirtió la batalla interna que desataban los pensamientos de su general. Muy al contrario, al ver erguirse a su superior, recuperó la compostura que la sorpresa de la avanzada rebelde le había ocasionado.

El general era conocedor de que tenía una fama bien ganada de conservar la calma en los momentos críticos, lo que unido a su determinación y arrojo en el combate le había granjeado el respeto de los hombres que comandaba. Y quería mantener viva esa imagen. Él sabía qué debía hacerse en momentos difíciles y necesitaba que sus hombres le obedecieran con fe ciega. Encendió un puro y miró con intensidad y coraje al sargento. Éste al contemplar la serenidad de su jefe, sintió como la valentía volvía otra vez a su ser.

-Gracias, sargento. –Dijo con pausa Grant- Dígame, ¿cuál es su nombre?

-Thomas Hooke, a sus órdenes, señor- le contestó velozmente, mientras se ponía en posición de firmes y saludaba marcialmente.

-Escúcheme con atención, sargento Hooke. Esto es lo primero que debemos hacer: quiero que mande una instrucción a todos mis comandantes. No hay tiempo para convocarles y analizar la situación. Una sola orden: Resistir. ¡Resistir! –Repitió, en un tono más elevado.- Tenemos que recuperar la iniciativa y, para ello, lo que deben hacer es mantener sus posiciones, cueste lo que cueste. ¿Me ha entendido?

Thomas, asintió vehementemente. El general le estaba confiando una misión y él no podía, no quería, defraudarle.

-Resistir, general. Cueste lo que cueste.

El sargento había repetido las órdenes con satisfacción, mientras hacía una mueca que revelaba su ansia de venganza, sus ganas de devolver el golpe que estaban recibiendo. Y es que no esperaba menos de su general. No en vano todos los hombres le apodaban “Unconditional Surrender” Grant, haciendo un juego de palabras con las iniciales de su nombre y con la exigencia de rendición incondicional que solía hacerle a aquellos enemigos a los que derrotaba en batalla. Y eso era lo que el sargento Thomas Hooke deseaba escuchar. No habría retirada. No con ese hombre comandándoles. Él les conduciría a la victoria.

-Eso es, sargento, veo que lo ha entendido perfectamente.-dijo Grant- Ahora, mande inmediatamente a esos malditos mensajeros y llame a mi segundo. Hay mucho por hacer.

El sargento salió corriendo ante la mirada atenta del General, que, lentamente, le dio una calada al cigarro que acababa de prender, el primero de los muchos que se fumaría en aquella jornada. Grant tenía en sus manos el destino de las decenas de miles de hombres que formaban su ejército. Hombres que habían depositado su confianza en él y que no pensaba, bajo ninguna circunstancia, defraudar. Por complicada que fuera la situación.

- Hoy, ciertamente, -murmuró, reflexivo.- va a ser un día largo y lleno de horribles incertidumbres.

Y aspiró otra calada, mientras una densa voluta de humo se elevaba hacia lo alto de su tienda de campaña.


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