Santiago está en el Camino de Santiago

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¡Jopé! Las seis de la mañana y ya están levantados. Madrugan más que las gallinas. Quién coños me mandaría a mí meterme en este berenjenal. Un peregrino es un viajero que visita algún lugar sagrado, casi siempre por motivos religiosos. Pues este no es mi caso. Pero Mari Cruz que se mete en todos los charcos con tal salir pringada, se ha empeñado en que tenemos que hacer “El Camino”. Es que se apunta a todas las modas con tal estar al día Si a mí no se me ha perdido nada en esta aventura. …

—Es Año Santo por lo del jubileo; sabes —además, Nacho y Raquel ya lo han hecho—dice la muy envidiosa. Si no lo hace ella, se le seca una pata. Encima con todo el grupito de su oficina; vaya un atajo de cursis. Todos pertrechados con toda la impedimenta, que venden al efecto, en el “tajo anglo”, que hasta para eso son presumidos. Parecen boy scouts septillizos en busca del arca perdida.

Después de desayunar, el indiana jones, de la nacional seiscientos veinte, nos explicó la etapa del día, La Bañeza-Astorga. Total treinta kilómetros de nada. Será para el cretino de Jacobo, no podía llamarse de otra forma, que es el alma mater y guía experimentado de esta aventurita. Claro como él ya lo ha hecho varios años, disfruta como un enano conduciendo al rebaño de borreguitos —Es una experiencia única—dice el místico; que no se ha casado porque no ha tenido tiempo. Yo más bien creo que no ha llegado el momento, ni la hembra que aguante al peripatético de Jacobo. Dicen sus compañeros, que tiene un poco de miedo a quedarse a solas con una mujer. Pero en grupito, bien que gallea con todas.

Vamos allá. Eso sí, yo cargado como una mula marroquí y ella, doña métomentodo, con un bastoncito de nudos que usaba su papá cuando iba a la sierra, que parece la divina pastora.

—Dios mío—todo un mes como el tonto que persigue la linde, con lo a gusto que podría yo estar en mi casita del pueblo; en mi tumbona, con un gin-tónic salpicando burbujitas, unas patatas fritas y una novela que me transporte a los mares del sur sin moverme de casa. Porque a mí, en el fondo, no me gusta viajar. Ya sé que soy un tipo raro, pero procuro no complicarme la vida. Ya sé que el mundo es muy grande y muy bonito pero, no tengo yo alma de turista. Es que yo solamente tengo una vida y la quiero para descansar después del trabajo. Las próximas, las dedicaré a ser rico de familia, descubridor de talentos, superhéroe y premio Nobel, por este orden.

Me fui retrasando poco a poco. En principio porque las agujetas me estaban acribillando las piernas pero después, sentí una sensación agradable al no tener que hablar ni escuchar la sarta de tonterías que iba soltando Jacobo. La distancia iba aumentando hasta que se mantuvo constante en torno al medio kilómetro, de manera que podía verlo a lo lejos y sentir solamente el ruido de mis pisadas. Los perdí momentáneamente de vista y al remontar un pequeña subida, me salió al paso un caminante solitario que me dio cordialmente los buenos días.

Me preguntó si caminaba solo como él, a lo que respondí que no, que formaba parte del grupito que iba delante. Yo me presenté haciendo un breve resumen de mi vida. Cuando acabé, esperé que el hiciera otro tanto pero, su respuesta fue lacónica:

—Yo soy un caminante empedernido.

Después de esto comprendí que no debía hacer más preguntas. El en cambio me dijo:

—De todos cuantos hacen el camino, un pequeñísimo porcentaje lo hace por fervor, con la esperanza de que se le reduzca el castigo divino. Otro, también relativamente pequeño, al igual que otros tiempos llevaban el pecado escrito en una cédula que depositaban en el altar y de manera milagrosa se borraba lo escrito, éstos lo llevan escrito en el alma con la esperanza de que también se borre. Por último, la gran mayoría, por puro esnobismo. Éstos últimos deberían dejar arriba, en la Cruz de los Farrapos, la necedad de su vida fatua y conseguir nuevas ropas para entrar a la catedral por la Puerta Santa.

Me detuve un momento para atarme las botas y descansar sobre una tapia del peso de la mochila y, cuando miré, el misterioso caminante había desaparecido. Aceleré el paso hasta alcanzar al grupo y no dije nada en absoluto del suceso.

—Santi, estoy cansada—dice Mari Cruz—que no es una cruz, sino, un Calvario —Pues ponte ruedas y te atas al caballero andante de Jacobo, que anda más que el reloj de la Catedral de Comayagua.

Yo, entiéndaseme, respeto todas las opiniones y aficiones. Puedo comprender que a un señor le guste el submarinismo; a otro la hípica incluso, el petit point. Pero lo que no puedo comprender es que le guste todo, y a un mismo tiempo. La gente parece que ha venido a este mundo con una lista bajo el brazo, en vez de un pan y la pasan tachando cuantas tareas tienen apuntadas.

Todas estas reflexiones las hacía yo mientras caminaba, con los pies ardiendo, hacia Astorga. Los pies, ardiendo, la camisa empapada y unas rozaduras que me hacían las correas de la mochilita. Pero lo que más me molestaba era tener que entrar en la civilización con los pantaloncitos cortos, que se había empeñado mi cruz debía lucir como Cristobalito Gazmoño. Y para ganar indulgencia plenaria ¿me tiene que vestir de fantoche?

La indulgencia plenaria la gané yo el día que dije: sí quiero.


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