La escandalosa muerte del viejo Gervasio

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LA ESCANDALOSA MUERTE DEL VIEJO GERVASIO

 

 

                                                                                          A Vivien.

 

     Ayer en la tarde, mi madre nos exigió a mi hermana y a mí que por respeto apagáramos la televisión. El viejo Gervasio había acabado de fallecer en plena carretera mientras era trasladado a Santa Clara para un examen médico de rutina. Su casa, situada justamente al lado de la nuestra, comenzó a llenarse de familiares y amigos, y el ambiente adquirió un indescriptible olor a muerte.

 

     Para ser sincero, la noticia no me afectó en lo más mínimo. El viejo Gervasio no me simpatizaba. Era dueño de un carácter muy amargo, y jamás escuchamos de sus labios una palabra de bondad. Cuando pasábamos en velocípedo por debajo de su ventana -manchada siempre de los escupitajos verdes que lanzaba desde el sillón donde se mecía- nos dirigía una mirada de desprecio, como si quisiera advertirnos con los relámpagos que brotaban de sus pupilas, que estábamos agrediendo la integridad de su portal.

 

     Nunca pude explicarme el por qué de tanta enemistad de su parte. Jamás le hicimos daño alguno, salvo en las ocasiones en que mi hermana se le acercaba sigilosamente por detrás y lo desenmascaraba -en medio de los partidos de dominó con que llenaba las tardes de los domingos- sacándole delante de los demás viejos la "doble blanca" que ocultaba debajo de la almohada con que se protegía las hemorroides. O tal vez aquella mañana, en que haciéndonos acompañar de una lata de agua con detergente y un canuto de papaya, jugábamos a hacer globos de espuma. Cuando comenzaban a tomar altura, les lanzábamos nuestras chancletas de goma para reventarlos, mientras acompañábamos la acción con frases de vencedores.

 

     El viejo Gervasio tuvo la mala suerte de salir con su bastón al portal en el justo momento en que la chancleta de "metedeo" de mi hermana iniciaba su vuelo. Reventó elegantemente el globo de turno, y siguió su recorrido para estrellarse con violencia contra la cara regordeta de Gervasio.

 

     Quedamos mudos esperando el desenlace. El viejo comenzó a transformarse. Su rostro se tiñó de un color rojizo, y cuando parecía que iba a reventar de ira, estalló en blasfemias que terminaron por liberar tanta energía:

 

     -¡Vejigos de mierda! ¡Váyanse al carajo de aquí! ¡Váyanse a comer mierda a otra parte! ¡Cuando le rompa el bastón en la espalda a uno de ustedes, no le van a quedar más ganas de joder!

 

     Ese día mi madre nos castigó con una golpiza, y durante dos días llevamos en las piernas las marcas rojas de un cinto.

 

     Pero todo esto eran sólo cosas de muchachos. Creo que nuestras travesuras no eran tan graves como para merecer el desprecio del viejo.

 

     Ahora está muerto. Muerto inesperadamente, porque fuerzas tenía de sobra para vivir unos años más. Pero el destino quiso que las cosas fueran diferentes, y deparó para él una muerte muy curiosa.

 

     Según pude sacar de los comentarios bajitos que se hicieron en la casa, y un poco hasta en tono de burla, durante el trayecto a Santa Clara el viejo Gervasio se sintió indispuesto. El día anterior había exagerado en la mesa, y esto lo obligó a detener momentáneamente el carro. Rompiendo manigua con su inseparable bastón, se dispuso a evacuar en un sitio donde la maleza lo ocultara totalmente.

 

     Se bajó los pantalones, e hizo el intento de agacharse. Ya su estómago había comenzado a liberar carga, cuando perdió totalmente el equilibrio. Enredado en su propia ropa y embadurnado con su propia mierda rodó estrepitosamente por el barranco que tenía a sus espaldas hasta encontrarse seguramente al final con uno de los círculos del Infierno.

 


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