Tres Condenas de la Muerte

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      Hay esperas insoportables que se hacen eternas y esperas eternas que son insoportables. Todos estamos condenados.

- Disculpe, ¿es usted la última? – me preguntó una mujer de mediana edad en aquella horrible sala de espera.

      Era amable y olía a perfume caro. Seguramente ella iba a recoger algún análisis y le pondrían una dieta para bajar el evidente colesterol que tenía debido a su obesidad.

- Sí, hoy hay gente, así que el doctor tardará. Siéntese a mi lado y charlaremos mientras tanto – contesté invitándole a tomar asiento mientras deshacía lo tejido para volver a empezar.

- Sí querida, será un placer pero tutéame por favor. Quieren matarnos con estas esperas – respondió acomodándose.

    ¡Qué gracia! ¡Ojalá fuera tan fácil! Su comentario fue curioso y me provocó una sonrisa agridulce. Las condenas de la Muerte son de lo más variadas por lo que matarnos en una sala de espera no sería suficiente para ella.  

     Una de las más sádicas es llegar pero no llevarse el alma, sólo ahogarla poco a poco. Produce una agonía innecesaria pero lo hace. Ella es así de cruel.

      Es el caso de Arturo, una persona que agonizó desde su nacimiento. La Muerte provocó que, al ser parido, el bebé estuviera varios minutos sin oxígeno en el cerebro por la presión de unas caderas que no se ensanchaban. Un alma inocente hasta los cuarenta y tres años cuando la Muerte regresó para llevárselo de una vez. Quizás ella sintió lástima por haber sentido tanta envidia del amor de sus padres y también culpabilidad por haber condenado a un ser que no tuvo nada que ver.

- Sí, las esperas son tediosas por eso nunca salgo sin mis agujas. ¿Quieres un bombón? Son de licor - le ofrecí uno guiñándole un ojo.

- Muy amable. No debería pero adoro los Mon Chery. Son mis favoritos. Lo acepto pero que quede entre nosotras - me susurró sin perder de vista el dulce.

     La alegría que mostró al comerse el bombón me recordó a otra de las condenas más terribles de la Muerte. En ese instante, lo amó. Olvidó su estado de salud y su físico. Se limitó a degustar ese magnífico placer de la vida. 

    Fue sorprendente ver que amaba la vida porque otra condena muy dura de la Muerte es llevarse almas que gozan viviendo. Es un castigo mezquino privar a alguien de su adorada vida pero lo hace. Ella es así de puta.

     Es el caso de Eduardo, esposo y padre amado que tuvo la  mala fortuna de no conocer a su hijo. Fue un galán muy apreciado que encandiló a muchas. Cuando la Muerte se enteró de que él se había enamorado de una mortal pura, no dudo en llevárselo y someterlo a sufrimientos manteniendo eternamente su juventud. Quizás ella no soportó no poder ofrecerle las delicias de una mortal y por eso lo mantiene cautivo al otro lado.

- Ya sale la enfermera, ¡por fin! Es tu turno - me dijo.

- No es mi turno. No vine a consulta. Paso aquí las tardes tejiendo. Entre y si quiere la espero y nos vamos juntas. Somos las últimas. Por cierto, mi nombre es Soledad - le sorprendí aliviándole de no tener que estar más tiempo allí.

- Llámame Doris. Pues sí. Si no es molestia, espérame y te invito a un chocolate cuando salga. - dijo agradecida entrando con la enfermera.

    ¿Cuándo alguien hará algo así por mí? Otra de las peores condenas de la Muerte es la vida eterna.

     Al principio sentía remordimientos pero ha pasado tanto tiempo que ya no me importa. Intenté suicidarme en multitud de ocasiones pero ella, rencorosa, nunca vino a por mí. Los años me han hecho sabia y siempre salgo preparada. El doctor Palmieri es un hombre muy atractivo y simpático de mediana edad y por eso atrae a señoras como Doris. Las víctimas suelen ser mujeres obesas desatendidas por sus maridos porque buscan el placer en la comida. Son menos rápidas y menos ágiles. Los Mon Cheri son caros pero facilitan el infarto y que no estén demasiado tiempo defendiéndose. Además la Muerte adora las almas que viven al límite por eso mueren antes las personas que practican deportes extremos y, sobretodo, las que tienen sobrepeso. Lo mejor del día es que Doris y yo tomaremos chocolate que adelantará mi cita con la Muerte. 

     ¡Ojalá sea hoy el día! Espero que sea la última vez que tenga que hacer esto para suplicarle que me lleve con mi hijo y con mi esposo. Intentaré empatizar con ella argumentándole que comprendo su condena y que entiendo que es la mayor. Soy ya demasiado vieja y, sin embargo, no muero. Fui amante, esposa y madre y ella lo envidia porque está condenada a vagar eternamente deseando cada instante estar viva. Es así de triste la Muerte.


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