Salir corriendo y no llegar a ningún lado, me pasó infinidad de veces. Ustedes dirán que es absurdo. Pero es real.
Y lo traigo a colación porque esta mañana, mañana de otoño despertando a una noche de lluvia torrencial, salí de casa,
temprano, para ir a trabajar.
Los horarios de los colectivos los tengo adheridos a mi rutina, metidos dentro de mi habitual trajinar. Al punto que ni se me
da por mirar el reloj.
Pero hoy, faltándome unos sesenta metros para llegar al parador del colectivo, lo vi acercarse. Vi sus luces y su trompa,
chata y desafiante, en ademán de burla. También oí su risa, ronca y estridente, sonando como un bocinazo. Y corrí, corrí .
Corrí más allá de la distancia señalada. Corrí hasta quedar exhausta-
Paradógicamente, cuando me detuve, estaba parada, exactamente, en el mismo lugar. En las mismas baldosas de la misma
vereda.
El colectivo, por supuesto, había partido, raudo. Y aún se escuchaban sus ensordecedoras carcajadas.
Salir corriendo y no llegar a ningún lado, me pasó infinidad de veces. Ustedes dirán que es absurdo. Pero es real.
Y lo traigo a colación porque esta mañana, mañana de otoño despertando a una noche de lluvia torrencial, salí de casa,
temprano, para ir a trabajar.
Los horarios de los colectivos los tengo adheridos a mi rutina, metidos dentro de mi habitual trajinar. Al punto que ni se me
da por mirar el reloj.
Pero hoy, faltándome unos sesenta metros para llegar al parador del colectivo, lo vi acercarse. Vi sus luces y su trompa,
chata y desafiante, en ademán de burla. También oí su risa, ronca y estridente, sonando como un bocinazo. Y corrí, corrí .
Corrí más allá de la distancia señalada. Corrí hasta quedar exhausta-
Paradógicamente, cuando me detuve, estaba parada, exactamente, en el mismo lugar. En las mismas baldosas de la misma
vereda.
El colectivo, por supuesto, había partido, raudo. Y aún se escuchaban sus ensordecedoras carcajadas.
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