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Los mejores caldos habían embriagado sus sentidos y su razón, pero el sabor que emanaba de su cuerpo eran un néctar divino que jamás había probado. Probó y paladeó aquel sabor hasta llegar a perder el control. Despertó sereno, con aquella miel en los labios, los brazos vacíos y su recuerdo enredado entre las sábanas revueltas de la cama.
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