La serenidad reinaba en el alto Olimpo. Allí todos permanecían tranquilos, como era normal. Sin embargo, algo alertó Hermes que no complacería a los Dioses. Hades había alzado su ejército de almas fuera del Inframundo para conquistar la Tierra y tomar hasta el mismísimo Olimpo. Hermes, rápido como ninguno corrió hasta avisar al Rey de los Cielos Zeus.
-¡Mi señor Zeus, Hades ha alzado sus desdichadas almas y están conquistando la Tierra, ahora se encuentran a las puertas de Atenas! ¡Debemos hacer algo rápido cuanto antes! Se dirigió al Señor de los Cielos el mensajero ¡Maldito sea ese pestilente de mi hermano, no parará hasta conseguir la corona del Rey de los Dioses ! ¡Que suene la alarma, todos los Dioses a sus puestos! Dijo Zeus elevando el tono y cuyo rostro parecía sacado del mismo Inframundo, furioso como ninguno. Sí, Mi Señor. ¡El Olimpo está bajo amenaza, preparaos para la batalla Dioses, coged vuestras armas, contemplad bajo las nubes y esperad a la señal de Zeus!, gritó Hermes tras hacer sonar la trompeta de alarma.
Atenea dejó sus estudios, cogió su lanza y su escudo y elevándose llegó hasta el mismo centro del Olimpo. Apolo voló hasta éste. Ares, gozando de su querida hermana Afrodita, la cogió sobre sus hombros y marchó hacia el Olimpo.
Helios salió del mismo Sol, Artemisa miró al cielo y se transportó hasta el Alto Lugar. ¡Vaya, parece que mi alto hermano me necesita, muy bien, demostrémosle el poder de los mares! Complacía Poseidón la llamada de su hermano, se convirtió en una gran columna de agua y ascendió al cielo bajo la atenta mirada y confiada del invasor Hades. Dionisio, apartó su mano del hombro de la meretriz que entonces acompañaba al Dios del vino, tomó su verdadera forma y ascendió al cielo desde un burdel de Corinto. ¡Hefesto, forja más rayos!, ordenó Zeus con su imponente voz al Guardián de la Forja, éste, asintió tajante, cogió su martillo y golpes en yunque forjaban los rayos de Zeus en la fragua de Lemnos. En ese momento una esbelta figura apareció, miró a Zeus y asintió, Hera había regresado de su descanso y estaba dispuesta a ayudar a su marido en todo lo necesario.
¡Yo soy Zeus, Señor de los Cielos, hermanos defended la tierra de nuestros hijos, defended nuestro propio hogar! ... ¡Que no se ponga en duda el poder omnipotente de los Dioses Olímpicos! Gritó Zeus moralizando a sus hermanos, éstos gritaron a su vez ¡Por el Olimpo! y se lanzaron a la batalla. Todos bajaron menos el Señor de los Cielos que a la espera de rayos esperó en el Hogar Divino, no podía abandonar el Olimpo. Quién diría que una mujer apenas puede sujetar una espada y la sabia Atenea manejaba su lanza como un escriba su pluma, ligera y fuerte a la vez. Ares dejó a Afrodita en el suelo, la besó y se lanzó a la batalla cortando la cabeza de todo aquel que osara interponerse entre la victoria y el Dios de la Guerra. Pero nadie puede contra el poder de Hades Su plan era liberar a los Titanes del Tártaro pero eso Zeus no lo consentiría jamás. ¡Hefesto! Pronunció su nombre y al instante el Señor de los Cielos tuvo rayos en enormidad, lanzándolos podía electrocutar hasta al más grande de todos los mortales. Zeus se divertía lanzándolos, tanto que llegaba a mofarse del ejército de su hermano.
Tras eso, Hades apareció, no podía ser, la Llave del Templo de Zeus obraba en su poder, el arma que encerró a los Titanes
¡Hola hermano! ¿Ves lo que tengo aquí?, Alzó su mano enseñándole la llave a Zeus, éste, furioso lanzó un rayo a la llave; era inmune, Hades rió.
¡Dioses destruid a Hades, conseguid esa llave! Ordenó Zeus bravamente a sus hermanos, éstos hicieron lo posible por conseguirlo, en ese momento, Cerbero se lanzó a la mano de su amo y cogió la llave. El paraje estaba ardiendo, los astros se habían alineado Era el momento oportuno para liberar a los Titanes, sembradores del caos en el mundo. Hades corrió como pudo, los Dioses lo perseguían pero no fue suficiente En una maniobra indeseada Hades activó el conjuro y abrió la puerta de la Prisión de los Titanes
¡TIEMBLA ZEUS!, al grito de Prometeo respondieron los demás, la Tierra estaba en peligro, y sólo los Dioses podían cambiar su destino.
Don Torres.
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