EL CONTADOR DE ESTRELLAS
Era aquella una aldea privilegiada. Por las noches el cielo se mostraba con una oscuridad tan limpia que las estrellas adquirían una luminosidad fuera de lo común. Los tejados de las casas parecían pedir con sus chimeneas en alto un suave roce de aquella inmensa claridad.
Allí vivía Ramiro, un joven pastor que quiso contar todas aquellas estrellas aprovechando sus largas estancias en el campo con el ganado. En un pequeño cuaderno las iba anotando al mismo tiempo que les daba particulares nombres:
- Una, dos, tres, cuatro
- Primera, Rubia, Marioneta, Endrina
Pensaba que desafiando al infinito le permitiría eternizar su vida. En la aldea le llamaban el contador de estrellas.
Pasaron los años y seguía en su empeño, hasta que llegó un día en que la vista se perdía en aquel cielo tan profundo. Se había hecho viejo, por lo que decidió reunir cada día a todos los niños de la aldea para que le ayudaran en su propósito. Noche tras noche iban sumando una a una las estrellas con paciencia y dedicación.
- Seis mil ciento, doce, seis mil ciento trece, seis mil ciento catorce
- Azarolla, Perla, Cristalina
Todos menos Ramiro esperaban el momento de contar la última estrella.
Una tarde de verano el cielo se volvió rojo como un tizón. El silencio era tan profundo que se podía escuchar, y el viento se paró de repente. Aquella noche el anciano no acudió a su cita diaria y llovió y llovió hasta no poder más. En los márgenes del río se amontonaban las hojas del cuadernillo de Ramiro.
- Veinte mil setenta y ocho, veinte mil setenta y nueve
- Esmeralda, Saltarina
Al alba, un joven que sacaba a pastar su rebaño vio discurrir río abajo una bola de luz que encendía la mañana como nunca había visto.
Pensó que aquella era la última estrella.
El aire cálido parecía susurrar: Quizás
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