Polvo de estrellas

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Había una vez una pandilla de angelitos que jugaban y reían saltando de nube en nube. Gritaban alborozados:

        —Yo me voy al caballito

        —Yo me asiento en ese copo de algodón

        —Pues yo saltaré sobre la que tiene forma de gaviota

Un día, al despertar, se dieron cuenta que no había una sola nube y por tanto no podían jugar como cada mañana. Pero a través de ese azul que le encandilaba descubrieron allá abajo otro azul que competía con blancos remolinos de espuma.

El mar. Nunca vieron nada igual, cual prodigio desconocido.

Ilusionados y con asombro empezaron a volar de un lado a otro por ver de cerca aquella inmensa masa de agua que se movía bajo sus alas.

Uno de ellos, de rizos dorados y boca pequeña, hechizado por aquel espectáculo en movimiento, preguntó a un ángel mayor como se llamaba aquel lugar. Y él le contestó:

        —El mar rodea la tierra, y el lugar que estás contemplando ahora se llama Barcelona, una ciudad maravillosa.

El angelito, inquieto, volvió a preguntar:

        —¿Podemos los ángeles pedir deseos?

        —Nosotros no necesitamos pedirlos —le contestó—. Con la fuerza del pensamiento nos sumergimos dentro mismo de los deseos, como las gaviotas en el agua.

El ángel de rizos de oro cerró los ojos y con la fuerza de su mente y todo el amor que le fue posible se convirtió en gaviota.

Así pasó unos días, entre el cielo y la tierra, imitando los movimientos de las aves.

Un día, una niña que jugaba en la playa posó sus ojos en aquella gaviota, la cual, atraída por la fuerza de aquella mirada, se acercó a picotear sin miedo la galleta que tenía en su mano. En ese instante en que ambos sintieron que se pertenecían la gaviota volvió a ser ángel y la niña le puso el nombre de Pol.

Nunca más se separarían.

Una tarde calurosa de agosto, en una céntrica plaza de aquella ciudad, jugaban la niña y el pequeño Pol haciendo volar extrañas hojas alargadas caídas de los árboles. Un hombre que leía un libro en un banco cercano se fijó en aquellos bucles dorados y notó que era un niño muy especial.

        —Dame, dame algo para escribir —pidió a la niña—, que se ha ocurrido una idea y no quiero que se me escape.

La niña le ofreció lo único que encontró en su cartera, un cartoncito pequeño y un poco arrugado. El hombre escribió:

                               Por el cielo

                               Olas de terciopelo

                               Levitan, como tu pelo

Empezó entonces a llover, y embriagado por la visión del arco iris y el olor de la tierra mojada, el hombre le confesó:

        —Hoy no llueve solamente agua, Pol. También cae polvo de estrellas desde un lugar que muy pocos conocen. Le pondremos un nombre, ¿te parece?

Y se inventaron una nueva palabra. Metasía.

Al instante, el hombre desapareció.

Metasía: f. Espacio que está más allá de la fantasía. Lugar al que solo es posible llegar a través de la fantasía.


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