La isla de los sintís

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Tengo frío. Es hora de abandonar la isla. Desde hace unos días salgo por las mañanas a recorrer rincones que voy a dejar atrás y busco el lugar adecuado para botar la barca a la mar. Es hora de partir.

Siento que la tristeza ha comenzado a rondar el lugar. Todavía no sé si la barca resistirá al embate del océano, es tan frágil el material que he empleado para hacerla…Las velas con deseos no cumplidos y el casco con ansias no calmadas. Casi tres meses de soledad en la isla de los sintís dan para pensar en muchas musarañas que bien apretaditas espero me sirvan como cuerdas por si tengo que atar algún cabo. El armazón está confeccionado por palabras leídas, oídas y dichas. Las he unido fuertemente con las comas y los puntos suspensivos que me sobraban de los monólogos que mantenía con mi imagen reflejada en el ir y venir de las olas: ahora hablamos, ahora no; ahora nos vemos, ahora no; ahora sin dudarlo, ahora no. Tanto hablar conmigo mismo que empiezo a pensar que somos dos personas distintas. Me quedo, me voy, me quedo, me voy,…

Dicen que la isla puede volverte loco. Eso de tener agua por todas partes y caminos finitos puede volver loca a las personas, y dicen también que también puede hacerlo el amor. Yo por amor como mucho he llorado. Nada de locura, solo llanto.

He construido una barca y ni siquiera la lluvia me impedirá salir. ¿Cuánto tiempo llevo aquí? Ya no lo recuerdo. Es bueno olvidar, aunque a veces se me olvida que te olvidé.


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