Desesperado, rendido y agotado, Adrián se dio por vencido. Había disfrutado de todas las sensaciones - tanto buenas como malas- que suponía estar en pareja, esa complicidad de vivir juntos y tener la esperanza de un futuro en común.
Andaba por la calle distraído, pensando en cómo el año acababa y las perspectivas para el siguiente eran las mismas; después de tantos años sin nadie con quien compartir su día a día la esperanza se desvanecía sin marcha atrás. Su horizonte era plano, un nuevo año no cambiaría las cosas y menos, cuando sus fuerzas se habían rendido hace tanto ya. Llegó a casa, mañana iría al trabajo y al volver pasaría la Nochevieja como una noche más.
Por fin, ese minuto eterno que terminaba con el año y daba paso al nuevo, había terminado. Por alguna razón que desconocía estaba tranquilo, no sentía ansiedad por qué hacer o qué esperar. Recogiendo en la cocina sonó el timbre, no esperaba a nadie y no pudo sino sorprenderse cuando vio a sus compañeros de trabajo y un par de personas que no conocía; entraron, hablaron y le convencieron de que este año sí, había que celebrar que tenían 365 días por delante para cambiar lo malo por lo bueno, la incertidumbre por la seguridad, el presente por un futuro mejor. Ninguno de esos argumentos fueron los que le convencieron a dar el paso, todo muy bonito y esperanzador, pero entre ese grupo tan optimista solo una de todas las miradas que tenía frente a él le bastaba. Profunda, sincera y preciosa solo Paula había conseguido quebrar su pesimismo en apenas un segundo.
Bailaron, rieron, se contaron lo más relevante - que pudiera atraerles mutuamente- sabiendo que ese escalofrío, esa corriente que no dejaba de hacerles sonreír sin motivos, era lo que llevaban tanto tiempo esperando.
¿De verdad el nuevo año le traería lo que tanto llevaba esperando? Quería creer y por primera vez no tenía - o no quería- no hacerlo. El día 1, el 2, el 3, cada uno era mejor sin cabe que el anterior. Adrián sabía que cuando por fin la besara y transformara todos sus sentimientos en ese momento físico, ese beso se traduciría en un relámpago aún más vehemente que aquella noche del 31 donde esa mirada lo cambió todo.
Era feliz, feliz de una manera que no recordaba pero sabía, que no se había dado por vencida. No era una chica más, era la chica que esperaba, esa que había transformado sus miedos, incertidumbres y dudas en todo lo contrario. Su seguridad, su fe, su ánimo, su ilusión y sus esperanzas habían renacido de lo más profundo donde llevaban tanto tiempo ocultos para cambiar cada despertar, cada amanecer simplemente con una mirada.
Su futuro -ese tan lejano que parecía no llegar nunca se había convertido en presente.
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