Una noche, volviendo tarde de su trabajo como de costumbre, María cogió el último metro dispuesta a evadir su mente mientras hacía el trayecto que le llevaría a casa. El vagón en el que se montó tenía aspecto de muy antiguo aunque por la oleada de vandalismo que había habido habían puesto cámaras de seguridad. Lo que ella no sabía, ni siquiera intuía lo que a continuación le iba a suceder...
Entró un chico muy alto, moreno, con ojos castaños y boca carnosa, de unos 35 años tan guapo del que cualquiera se podría enamorar lo que ocurre es que María no tenía ese sentimiento precisamente porque ese chico lo que le inspiraba era una tremenda excitación tan grande que era incontrolable hasta para ella, la chica más tímida del mundo. Estaban solos en el vagón y sin saber como el bombón que acababa de entrar por las puertas se le acercó y la miró fijamente, comiéndosela con la mirada, con una mirada tan lasciva como provocadora. Ella le respondía del mismo modo y se besaron. Lo hicieron de tal manera que podría haberse derretido los casquetes polares del calor que sus cuerpos desprendían. Sin mediar palabra comenzaron a recorrerse con las manos mientras se abstraían por completo del sitio en el que se encontraban. No pensaban en nada más solo se dejaban llevar. Él metió la mano bajo su falda para tocar su ropa interior, la sorpresa fue cuando se dio cuenta que no llevaba braga alguna, y más cachondo se puso. Salió de esa boca tan apetecible una muda carcajada que a María le encantó. Por su parte ella agarró firmemente sus nalgas apretándolas contra ellas para sentir la enorme erección de su desconocido. Él siguió con su mano bajo su falda en introduciendo su mano en su sexo y con un movimiento tan enérgico como rítmico hizo que María se corriera de gusto, estremeciéndose entre sus brazos sin poder evitarlo. Cuando momentáneamente se hubo repuesto de tal orgasmo quiso corresponder y la boca de fresa de María se inclinó para llegar hasta la polla erecta de su compañero de travesía. La mimó, la chupó, la succionó, y metiéndosela entera en la boca paseó su lengua por toda ella. Él gemía tan fuerte que retumbaba en todo el vagón y finalmente se corrió en su boca. Nada más terminar el tren empezó a reducir y el desconocido se bajó del vagón. María se sentía incapaz de pensar en nada, solo podía pensar en lo que acababa de suceder, en la vergüenza que le daba el mero hecho de recordar la escena, en cómo había podido suceder y en quién sería su desconocido.
Comentarios
COMENTAR
¿Te ha gustado?. Compártelo en las redes sociales