Miles de estrellas fugaces vuelan y se desintegran sobre mí, pero sin reflejarse en mí, cumpliendo su inevitable ciclo, en esta noche eterna y etérea, viéndolas morir resignadas a su fatalidad. Tratando de salvar algunas me hice de un palo y una red (me recordó a las mariposas de ese ya lejano mundo), es que quisiera salvar el brillo de alguna estrella, salvar una luz propia que me apropie, para que quizás en el mundo alguien la convierta en flor haciendo metáforas de su amor, para su amor.
Ya casi sin darme cuenta en qué lugar recóndito del espacio estaba, ya casi sin poder ser iluminado, ya casi sin un brillo ni un color propio, creyendo que el resto de mi vida se destinaba sólo para ser fugaz y morir como una estrella más; justo en ese momento de rendición, justo cuando bajé los brazos cansados con aún la red en manos, encontré una estrella que reposaba cómoda en mi red, aceptándome, aun ardiendo pero sintiéndose a salvo. Me preguntó quién era yo.
- Solo soy otra estrella fugaz que se está desintegrando le contesté algo tímido.
- ¿Y por qué andas con esta red dónde fui a parar? me dijo, abriendo poco a poco los ojos.
- Es que tengo miedo, mira como estoy de pálido, cada vez más tenue, a punto de morir le contesté triste, algo esperanzado.
- Te entiendo - hubo un silencio De todas formas te lo agradezco, yo también creía que esta caída y el fuego terminarían por desintegrarme.
Con su brillo ya no tan tenue, entre un azulado que se fundía en un beige, quiso compartirse y reflejarse en mí; parte de su luz comenzó a ser la mía y su luz creciente era signo de vida. Entonces sobre mí, dentro de mí, una nueva luz nacía, del blanco pálido gradualmente me convertía en azul. Comencé a recordar quién era, en que lugar del infinito espacio estaba. Pero más que nada me convertí en espejo de su luz creciente, que crecía junto a mí, y comencé al fin a brillar. Mi blanco pálido se tiñó de azul, empecé a sentirme vivo como nunca antes, porque nunca antes había amado.
De todo este infinito Universo buscamos un espacio en común para brillar, uno al lado del otro, siempre y para siempre juntos
Nos dimos cuenta que éramos una inalcanzable visión como para que se nos distinga uno al lado del otro desde la tierra ya tan lejana, y le regalamos al mundo una ilusión: ser la estrella más brillante del espacio, ser un intermitente ella y yo, yo y ella, un eterno brillo cambiante del beige al azul y del azul al beige fundidos en un solo color.
Así fue cómo ella dejó de ser fugaz para ser parte de mí, y yo de ella.
Al morirnos nadie se enteró nunca de nuestro fin, pero sí de nuestro amor, porque elegimos alejarnos tanto de la tierra que llegamos hasta los límites del Universo en expansión Desaparecimos al mismo tiempo y no fue casual (no existía el color de uno sin el del otro) pero nuestra luz sideral prevaleció por miles de generaciones en la eternidad, haciendo llegar su brillo hasta la tierra en cada rincón del mundo para que nadie se olvide nunca de soñar, de amar y de tener esperanzas
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