Recuerdos del pasado.

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Soledad nunca estuvo más de acuerdo en llamarse así, pues así se sintió desde el momento en el que él la abandonó. Ahora recuerda esos tiempos con añoranza sentada en su mecedora, con su mantita a cuadros en las piernas y una tacita de chocolate caliente mientras ve nevar desde la ventana, en su casita del pueblo.

 

Recuerda con nostalgia, cuando era joven, cuando se podía comer el mundo, y lo difícil que era caminar por el, pero eso a ella nunca la detuvo, pues tenía muy claro que a pesar de las circunstancias podría abrirse camino, Soledad era muy optimista, quería conocer España, salir del precioso y acogedor pueblecito asturiano donde nació, lo difícil, sería convencer a sus padres, pero su madre la apoyaba desde el primero momento que se lo comentó. Y así entre las dos consiguieron convender a su padre, que él a regañadientes aceptó.

 

Ya en la estación, esperaba con impaciencia la llegada del tren, ese tren que la llevaría a una nueva ciudad, un nuevo mundo, algo mucho más grande que ella estaba deseando conocer, pero como el destino es muy caprichoso, no se dió cuenta que un joven unos pasos más allá, la estaba observando, Pedro era un joven alto y apuesto, bien vestido, seguramente estaba de visita, Solo la gente de ciudad viste asi.

 

Pedro no pudo resistir ni un minuto más para acercarse y saludar a Soledad, ella un poco extrañada y desconfiada, no quiso hablar mucho con él, pero fue tan agradable y comprensivo desde el primer momento, que el miedo se le pasó al instante, enseguida congeniaron, se sentaron juntos en el tren, ella le contaba entusiasmada sus planes en la gran ciudad, Pedro le decía que Madrid era muy bonita y que le enseñaría cada rincón, la ayudaría a buscar trabajo y un lugar donde poder vivir.

 

Días más tarde, Soledad encontró una casa donde necesitaban a una interna, el trabajo era duro, pues los dueños a penas estaban, y la pobre Soledad se tenía que encargar de los hijos, las compras, la casa, deseaba que llegase su día libre a la semana, porque era el día que veía a Pedro, Juntos recorrían las preciosas calles de Madrid, él le enseñaba los lugares más emblemáticos mientras le contaba anécdotas de la gran ciudad.

 

Y así pasaron los días, semanas y meses, ninguno podía imaginar el amor tan grande que se procesaban el uno al otro, planeaban vivir juntos, Soledad buscaría un nuevo trabajo y volverían a Asturias, para pedir oficialmente la mano de Soledad al padre de esta. Pero sin esperarselo, Soledad quedó en cinta, y eso, en esos tiempos no era de buen ver.

 

Pero el amor lo podía todo, así que sólo tuvieron que adelantar sus planes, escogieron un piso casi al azar, pues les urgía, no pudieron mirarlo con tiempo como les hubiera gustado, y en vez de ir con tranquilidad a Asturias, Soledad con miedo, mandó una carta a sus padres contándoles las buenas nuevas. Y así se fueron adaptando, hasta que el bebe nació, eran felices, no cabía duda.

 

Una noche de lluvia, el bebe no paraba de llorar, sus padres no paraba de discutir, ya era la cuarta semana que discutían sin parar, sería el hambre, el frío, quien sabe, pero cada vez estaban más distantes, Pedro salió furioso de la casa dejando atrás a Soledad empapada en lágrimas.

 

Sólo quería respirar, calmarse, y volver para abrazar a su mujer, necesitaba salir adelante por ella y su bebe, como cada noche Pedro iba a ver a su amigo el del bar dos calles más abajo de su casa, así conseguía airear sus ideas, pero lo único en quien pesaba era en las dos personas que tanto amaba y como salir de esa crisis. Pasado un rato, Pedro decidió volver a casa.

 

Iba caminando tranquilo por la calle, cuando una furgoneta paró bruscamente a su lado y le cogieron por sorpresa, Pedro forcejeó pero no consigió gran cosa, le mani ataron, le taparón los ojos y la boca, sólo oía voces de hombres que no conocía, le habían confundido con otra persona, pero fue incapaz de decirselo, no le dejaban hablar, estaba angustiado, no podía hacer nada, y sólo se imaginaba lo peor, elmiedo le invadió tanto cada rincón de su cuerpo, que sólo podía imaginar que sería de su mujer y su hija, las dos solas en este mundo.

 

Llegaron a un lugar, él solo podía intuirlo por lo que oía y olía, estaba claro que era un descampado, la lluvia había menguado y el olor a tierra mojada era muy intenso, le tiraron al suelo, le pusieron de rodillas, y sin mediar palabra, le propinaron un disparo en la cabeza al pobre Pedro.

 

Soledad empezaba a preocuparse, Pedro no tardaba tanto en llegar del bar de su amigo, inquieta, vistió a la niña, y bajó al bar, pero ya estaba cerrado, no consiguió nada, dió unas vueltas por las calles colindantes, pero nada, Pedro no estaba.

 

Desde ese día no se supo más de Pedro, ni vivo ni muerto, sea como fuere, Soledad perdió la esperanza de volver a saber de él, sólo le quedó volver a Asturias, al resguardo de su familia donde cuidarían de ella y su bebe.

 

A la edad de 92 años, Soledad recordaba esos tiempos como si fuera ayer, recuerdos que le venían a la mente día tras día, porque día tras día, se preguntaba porque las abandonó, día tras día, se preguntaba si fue de ella la culpa y con esa culpa vivió cada día.

 


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