Aunque es de día, las nubes grises, van cerrando el cielo. Se cubre de una extrema oscuridad. El miedo invade mi cuerpo. Camino de un lugar a otro, dentro de la casa. Parece de noche. Mi mente nunca estuvo preparada para tan escalofriante experiencia. Vivía en un lugar donde las lluvias son raras; más que lluvias, son lloviznas tan finas que los pobres pulmones las beben sin querer.
Recuerdo una película que vi a escondidas de mis padres. Era una mujer que corría en medio de una tempestad, escapando de hombres que la querían castigar. Sus palabras eran de horror llamando a un tal Belcebú, la lluvia bañaba su demacrado rostro. No la llegue a terminar de ver
Recuerdo con pánico el comienzo de una gran tempestad. El agua caía a borbotones y la casa se cubría de riachuelos que brotaban por cualquier rincón. Tenía miedo de verdad. Corrí a esconderme, en una esquina de mi habitación y luego llame para que me defendiera ese tal Belcebú. Era lo único que se me ocurría en ese instante.
Ahora que soy un hombre y pienso en aquella situación. Me digo: Un niño en su inocencia tal vez pueda cometer errores. Sé que a los ojos ajenos sería un pecador. Sin perdón de Dios. Pero en la vida uno va descubriendo nuevas experiencias que van marcando tu vida. Si hubiese visto la película completa me hubiese dado cuenta que la mujer no era una simple persona sino más bien una atormentada bruja.
Aunque no soy un creyente acérrimo. Los años me han demostrado que si Dios dice que para llegar al cielo hay que tener el corazón de un niño. Pues tiene toda la razón...
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