_Yo no tengo por qué inclinarme ante tanta chusma, sepa usted que por mis manos han pasado innumerables personajes, tan famosos como el Rey de Francia, príncipes, princesas Así que hágame el favor y no me toque.-decía Philippe Sébastien-.
La muchedumbre atinaba a mirarle de pies a cabeza; a pesar de su apariencia asquerosa y mal oliente, mantenía la altivez.
_Que se ha creído este cerdo. Cierra tu putrefacto hocico, mal nacido burgués. Ahora te das de valiente, cuando ayer te cagabas en los pantalones.-replicaba el carcelero-.
La suerte estaba echada. La fila avanzaba, el populorum gritaba al compas de cada tajo. El ambiente se volvía hediondo. Philippe se colocó frente a su verdugo quien de un certero golpe le arranco de cuajo cuatro dientes de oro.
_ Mi querido sacamuelas, a donde vas no necesitas tan elocuente sonrisa.
Al filo de la tarde todo acabo. Gruesas hileras, de ríos rojos, tintaban las pedriscas callejuelas de París
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