Descubriendo la pasión III. Fin del relato

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Empecé a tener sentimientos encontrados. Por un lado, debía reconocer que Héctor era genial; sexualmente activo, guapo, encantador. El sexo anal era fantástico. Su polla sabía hacerme gozar de verdad, su boca me devoraba y su lengua se movía con destreza sobre mi clítoris. Pero por otra parte empezaba a querer garantías de que mi cuerpo no fuera lo único que mi profesor de la autoescuela desease. Necesitaba dar un paso más en la relación y no entregarnos solamente como bestias enloquecidas. ¿Se podría enamorar de mí? ¿O quería sexo sin complicaciones? Desde luego éramos almas gemelas en la cama que se entregaban el uno al otro sin censuras morales. ¿Habría algo más?

-Has mejorado considerablemente, pero no te distraigas, ¡eh! -me advirtió Paloma.

Lo que mi profesora no sabía era que Héctor me daba clases con su coche en polígonos de las afueras. Clases de conducir que terminaban en masturbaciones antes de que me llevase a mi casa.

-Creo que dentro de poco podrás presentarte al examen y obtener finalmente el carnet que tanto necesitas. ¿Has pensado ya en comprar un coche?

-He estado mirando coches de segunda mano y ya tengo echado el ojo a alguno sí -respondí distraída. El fin de mis clases, podía significar un fin con Héctor. Esa misma noche me presentaría en su casa en busca de respuestas. Por eso, cuando llegó el momento, me vestí para la ocasión. Me puse una minifalda vaquera, una blusa negra de manga larga que transparentaba mi generoso escote y unas sandalias de tacón. Me peiné con esmero y me maquillé destacando mis rasgos. Solamente quedaba que Héctor estuviese en casa ese viernes por la noche. En el metro desperté las envidias de las chicas, la furia de las que iban con sus novios y no paraban de mirarme y el deseo de jóvenes y adultos por igual. Aunque el único deseo que me interesaba suscitar era el de Héctor. Era tarde, pero aún así el portal estaba abierto, sujeto por una cuña. Aproveché y entré para que el efecto mayor pudiese ser mayor. Apunto estaba de picar en el timbre, cuando escuché voces tras la puerta. Una risa femenina y la voz grave de Héctor. Conseguí dar media vuelta y llegar a casa antes de hacer el ridículo. Sin embargo, a eso de las 12.15 de la noche el telefonillo me hizo dar un brinco en el sofá. Asustada, pregunté que quién era y me quedé a cuadros al escuchar a Héctor diciendo que le dejase subir. He de reconocer que había llorado y mi cara estaba hinchada. Y mi look sexy de por la tarde se había visto sustituido por un cómodo chándal gris.

-¿Qué quieres? -pregunté tras la puerta.

-Abre, no pienso hacer una telenovela hablando así para que nos puedan escuchar los vecinos.

A regañadientes, le dejé pasar y le pregunté de malos modos qué quería.

-Tengo una sorpresa para ti, aunque te veo hostil conmigo sin saber por qué.

-Yo también tenía algo para ti esta noche. De hecho, he ido a tu casa.

-¿En serio? Pues he estado desde las 8.30 y no he oído que llamases...

-Estarías ocupado...

-No sé de qué hablas Cristina, déjate de tonterías y dime qué pasa.

-¡Estabas con una chica! Yo iba a hablar de sentimientos y quizás, tener sexo fabuloso después, ¡pero estabas ocupado! Oí vuestras voces.

-Sí, con mi hermana. De hecho, le he estado hablando de ti para decirle que había conocido a alguien más joven que yo que me encanta, que me hace pensar en un futuro. Y esta noche traía un juego de llaves para que puedas venir a mi casa siempre que quieras. Si fueras otra chica no volvería a verte después de esta escenita absurda, pero me estás poniendo a 100 con ese look de niña buena -acabó diciendo con voz ronca.

Me empujó contra la pared y enseguida me estaba devorando la boca, lamiendo y mordisqueando mis labios al tiempo que sus manos se aferraban con ansia a mi culo. Yo me aferré a él, con el corazón latiendo salvajemente, sintiendo como nuestra respiración se agitaba. Me quitó la sudadera y el pantalón en apenas unos segundos y se quedó sin habla al ver que iba directamente desnuda.

-Esto es muy interesante - dijo mirándome a los ojos.

Fuimos rápidamente a la cama y me tumbó de un empujón. Colocó un cojín bajo mis caderas, para elevar mi pelvis y se detuvo para mirarme.

-Eres perfecta, me vuelves loco...

Me sonrojé inevitablemente, al ver cómo podía gustar tanto al hombre más sexy que había en el mundo (al menos en mi juicio). De repente salió de la habitación, haciéndome un gesto de que siguiese tumbada y cuando volvió, traía el cinturón del albornoz. Con curiosidad, le vi acercarse hasta mis muñecas y atarlas juntas tras el cabecero.

-No me tortures así -le supliqué.

-Eso es por haber dudado de mí pensando que me lo estaba montando con otra.

Se quitó la ropa y me deleité viendo su enorme erección. Su glande brillaba y Héctor me sonrió seductoramente al ver mis ojos clavados en su polla. Empezó a masturbarse frente a mi y eso me puso cachondísima. En esa posición no podía meter mis dedos en la vagina, ni acariciarme el clítoris, ni absolutamente nada.

-Métemela... La necesito.

-¿Cuánto la necesitas?

-Mucho. Toda.

Cogió mis piernas y las puso hacia arriba, cada una en los hombros. Sin darme a tiempo, me metió la polla hasta dentro, empujando sin compasión. Una mezcla de dolor y placer me sacudió. Sin duda, en esa postura el tamaño de su polla iba a hacerme gozar y pasarlo mal a partes iguales.

-No me la... metas entera...

-Son mis reglas nena -se limitó a decir perverso. Y tras esto, me empezó a follar como nunca lo había hecho nadie. Entraba y salía de una forma brutal, poseído por un deseo y una rabia inmensos. Bajó una de sus manos hasta mi clítoris y con toda la palma empezó a masturbarlo.

-¡No! ¡Para! Es demasiado -le grité.

No me hizo caso y cuando estaba a punto de correrme, paró. El bajón que sentí me enfadó y a punto estaba de decírselo cuando me desató una mano, me dio la vuelta para dejarme de espaldas y volvió a atarme. Entonces, sin lubricante ni otras ayudas me penetró por detrás. El dolor fue intenso y casi se me saltaron las lágrimas, pero por suerte parece que mi cuerpo se quería acostumbrar en seguida a su polla y las paredes de mi culo cedieron por completo.

-Tu culo redondito me encanta... Me encanta follarte así, sin que puedas moverte...Totalmente rendida. Tócate mientras -prácticamente me ordenó.

Obedeciéndole, me empecé a estimular el clítoris. Las piernas me fallaban del placer y noté que Héctor me sujetaba de las caderas para que pudiéramos seguir.

-No sabía que las chicas de 23 años eran tan viciosas -dijo mientras seguía follándome con fuerza.

-Yo soy la única -le respondí jadeando- Yo tampoco sabía que los viejos de 31 tenían tanto aguante.

En ese momento la única certeza era que nos queríamos y necesitábamos el uno al otro. Era suficiente para hacerme la persona más feliz.

FIN


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