Hasta el Próximo Semestre (1a parte)

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   Hoy es nuestra penúltima noche en la cabaña. Aparte del golpeteo de las gotas de lluvia en las ventanas, me acompaña el murmullo de la terrible programación de media noche en la televisión nacional. Son casi las tres y Marina aún no aparece; nos veríamos a las dos y media en mi habitación y empiezo a mortificarme pensando con qué pretexto saldrá esta vez para no hacerlo. Toda la semana ha estado evadiéndome, resistiéndose a mis avances, pero sólo lo suficiente para no dejar morir el deseo. ¡Bah, como si pudiera dejar de desearla!

 

Marina se instaló en la casa desde el lunes, con sus insufribles amigos de la escuela. Llegué un día después, esperando verla y poder pasar la mayor cantidad de tiempo con ella. En su lugar, una turba de estudiantes idiotizados, encabezados por Oropeza, me recibe en un jolgorio etílico sin sentido.

Cerca del atardecer finalmente apareció. Estoy seguro que cuando llegó, estaba usando el anillo de amatista que le compré el semestre pasado, pero para cuando se acercó a saludarme tibiamente, ya no lo usaba.

 

Muy temprano, la mañana siguiente, Marina se apartó del grupo y finalmente vino a buscarme para dar una caminata por la playa. Le dijo al grupo que iba a revisar las muestras de los cultivos de ayer. Pensé que sería una semana mágica y que mi espera llegaría a su fin. Caminamos media hora mientras hablábamos trivialidades de academia y cotilleos de aula que para mí no tenían ningún interés, pero ella parecía tan contenta, disfrutando ese momento conmigo. Brincoteaba, pateaba el agua y jugaba con las olas, como una niña; entre juegos, me hacía preguntas sobre arrecifes y corales, cosas que estando en el grupo avanzado, ¡debería ya saber!. Mientras trataba con torpeza de hacerse una trenza, me contaba una vez más por qué decidió estudiar biología y lo mucho que me agradecía haberle ayudado el primer año, cuando nos conocimos.

 

Cuando nos dimos cuenta que la cabaña se veía ya muy a lo lejos, nos sentamos en la playa. Marina se tumbó de espalda y su cabello castaño a medio tinte se esparció sobre la arena formando un halo bicolor sobre su cabeza. Estiré mi mano para tocarla, pero antes de alcanzar a rozar sus piernas, de un brinco se puso de pie y corrió hacia el mar, riendo como niña malcriada. Volteando hacia donde yo estaba se quitó la blusa, sólo usaba la parte de abajo de un traje de baño rosa. Mientras se hundía y dejaba que el agua llegara arriba de sus pechos, me dijo - ven - con una mueca coqueta, aunque ella sabe perfectamente que, desde que unas medusas me atacaron hace tres años, le tengo pavor al Pacífico. Marina volteó hacia el horizonte y la puesta de sol mientras volvía tímidamente a intentar una trenza.

Me di cuenta que Marina no tiene intenciones de estar a solas conmigo en esta playa. Después de unos segundos de contemplarla, me di la vuelta sin decirle nada, regresé a la cabaña queriendo aparentar dignidad, en realidad supuraba derrota y humillación. Ya en la casa, me encerré el resto de la tarde en la habitación, la habitación con la cama grande, sólo para mí, privilegio de ser el maestro a cargo en los viajes para prácticas de campo; cama que, esperaba compartir con Marina al menos un par de noches. Pero sigo estando seguro, que todas las niñerías y escapismos de Marina han sido un juego previo, y que ella está reservando la última noche del viaje para estar conmigo, y será memorable, como aquella vez en primer semestre.

 

Pasada la media noche, habiendo visto dos repeticiones de los mismos infomerciales, escuché el rechinido de la puerta que se abrió unos centímetros, pensando que la cerradura está dañada y el viento debió moverla, me levanté para cerrarla y al acercarme, noté la figura de un pie desnudo asomándose junto al marco. Era Marina. Al abrir, la encontré recargada sobre la pared, haciéndose descuidadamente una trenza. Me miró, aparentando sorpresa por haber sido descubierta. Tenía el cabello húmedo, probablemente se acababa de bañar, traía un pantaloncillo muy corto y una deslavada blusita de colores.

Abrí la puerta y me hice a un lado, como una muestra universal de invitación a pasar; esperó un par de segundos observando la punta de su trenza y finalmente entró, se deslizó caminando de puntitas con pasitos rápidos pero muy cortos; seguramente para darme oportunidad de que vea sus piernas tensas y afirmadas; se sentó en la orilla de la cama. Cerré la puerta haciendo el menor ruido posible y me recosté a medio colchón, viendo la espalda de Marina, quien seguía fingiendo mucho interés en su trenza. Permanecimos en silencio, alumbrados a media luz por el reflejo del televisor y mientras, pude recorrer el cuerpo de Marina. El cabello largo, aún con vetas cobrizas del tinte que se hizo a principio de semestre y ahora con una trencita que finalmente logró anudar con un par de bolitas rojas; su piel bronceada, la blusa con marcas de humedad, seguramente de la ducha, pegándose a su cuerpo y los pantaloncillos, ajustados, que se fruncían para asegurar que no usaba nada más que eso. Esa sería la noche memorable...

 

* Por motivos de espacio en el editor de textos, este relato ha sido dividido en dos partes.

Continúa leyendo "Hasta el Próximo Semestre", parte 2, en:
http://www.cortorelatos.com/relato/16593/hasta-el-proximo-semestre-2a-parte/


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