Siento, luego existo

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La Real Academia define la palabra amor como “Sentimiento hacia otra persona que naturalmente nos atrae y que nos completa, alegra y da energía para convivir, comunicarnos y crear.”  Y define la amistad como “Afecto personal, puro y desinteresado, compartido con otra persona, que nace y se fortalece con el trato.”  Puestos a escoger, a mi me gusta más la amistad que el amor, como a mucha gente, supongo, y al contrario que mucha más. Pero, ¿realmente existe una frontera tan clara entre ambos sentimientos como para poder separar sus definiciones?  Yo no lo creo así, o por lo menos, no lo veo tan claro. Como seres humanos que somos intentamos entendernos a nosotros mismos, intentamos darle sentido a nuestra fugaz existencia en este mundo, quizás liándonos más en este intento auto-comprensivo.  No vivimos como desearíamos, sino que seguimos una serie matemática infinita de normas de convivencia y de conducta sin las cuales no viviríamos en esta galaxia, sino en otra a la cual llamaríamos La Selva Humana. Pero, ¿Quién ha dicho que no viviríamos mejor?

 El amor, las relaciones, la amistad, los sentimientos, no se fundan en una razón prudente y por tanto, no deberíamos dejarnos llevar por todas estas reglas ortográficas que nos marcan el camino con piedras de 200 toneladas cada una. En el amor hay amistad y en la amistad hay amor. Y quien diga lo contrario es que nunca ha estado enamorado o nunca ha tenido un amigo de los de verdad. El amor sin la amistad está condenado al fracaso;  sin el afecto desinteresado y puro entre dos personas jamás  nacerá  algo verdadero. En la amistad, también hay amor, porque nos sentimos completos, alegres y llenos de energía cuando a un amigo no le hace falta escupir palabras para que consigamos entender lo que realmente intenta decirnos. Como tantas célebres personas han dicho anteriormente, las palabras se las lleva el viento. Todas ellas siguen partiendo de esos malditos guiones filosóficos impuestos por la sociedad en la que vivimos. Así que lo mejor sería demostrar a cada instante lo que sentimos sin tener la necesidad de etiquetar cada emoción con una palabra que, a fin de cuentas, para cada persona significará algo distinto.

 Durante nuestro corto periodo de vida,  nada está escrito, nada es improbable, ni siquiera probable… todo depende de nosotros. Porque lo improbable es por definición probable, y como decían en aquella serie que solía ver, lo que es casi seguro que no pase, es que puede pasar. Por esto mismo tenemos que vivir como queramos hacerlo. Si no queremos poner fronteras hechas a base de palabras, no ponerlas, y si queremos llorar de alegría y reír de tristeza, hacerlo también. Porque poner fronteras a conceptos como el amor y la amistad puede llegar a explicarte miles de situaciones o puede realmente llegar a ser un sin sentido. Esta es la piedra con la que más veces toparemos en nuestra vida: amores escondidos en amistades por miedo al dolor o al fracaso y amistades escondidas en amores por miedo a la soledad. ¿O acaso alguien podría decirme que no conoce a una pareja que no siente más amor que el cariño que se le puede coger a una mascota con el transcurso del tiempo? Tampoco creo que nadie pueda contradecirme afirmando que no conoce a dos personas enamoradas escondidas  tras la palabra amistad o incluso la palabra sexo. Porque como ya he explicado anteriormente ambos conceptos viven íntimamente ligados al igual que nosotros vivimos ligados a todas esas personas que llamamos amores o amigos, dependiendo de lo que nos cueste sincerarnos con nosotros mismos. 

No estoy diciendo que no exista la amistad o que no exista el amor. O quizás sí lo esté diciendo incluso sin darme cuenta. Sólo destacaré que muy pocas personas experimentan en su estado puro estos sentimientos. Porque, a mi parecer, muy pocas personas caen en la necesidad que tienen un sentimiento del otro. En la interconexión que existe entre el amor y amistad.

La vida está llena de sorpresas, tantas que a veces nos fijamos únicamente en ellas y nos olvidamos de vivir. De expresar lo que pensamos, lo que odiamos, lo que nos parece bello y sobretodo olvidamos expresar lo que sentimos. Demasiadas veces sentimos cuando tenemos que pensar y pensamos cuando tenemos que sentir. Y lo hacemos sin recordar que por mucho que ralenticemos  o incluso lleguemos a para las agujas de nuestro reloj, el tiempo real, el tiempo que tenemos para  vivir no nos va a esperar. Y eso es lo que todos deberíamos comprender. Que vivir no consiste en sentarnos delante del televisor y observar cómo otros dominan nuestras vidas incrustando en nuestros cerebros de nuevo esas normas químicas, físicas, biológicas y todo lo que queramos añadir. Porque eso no nos dará felicidad. Porque por muchas personas que nos ayuden, sólo nosotros mismos podemos encontrar esa felicidad que nos hará levantarnos cada mañana y hacer comprender a los mayores que la muerte no viene con la vejez, sino con el olvido. Esa felicidad que nos dará la voracidad de romper una relación de dos años porque en realidad es amistad, y esas ganas de romper una amistad para mostrar lo que realmente esconde detrás de puntillas.  Esa felicidad que expresaremos en forma de amistad, amor, o incluso y quizá la forma más común e interesante, ambos a la vez.

Con el simple hecho de que una sola persona lea estas líneas y comprenda el verdadero sentido que tiene escalar una montaña, me sentiré orgullosa de haber utilizado parte de mi tiempo irrepetible e irremplazable plasmando mis sentimientos en un trozo de papel como este. Y este verdadero sentido por el cual escalamos montañas y por el cual vivimos, no son las vistas en sí ni el final que nos pueda aportar la vida, sino el camino que realizamos y las personas con las que lo compartimos hasta llegar a la cima, a esa cima  donde sopla el viento y alumbra el sol.


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