Café Frío

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‘Café frío’

Todo, café frío y palabras ardientes. Tortitas con nata y chocolate. Ella, labios frambuesa, sirope de fresa. Música ambiental. Recorte de prensa sobre la mesa; otro caso más de corrupción. Él, barba de tres días, no sabe muy bien por qué lo ha recortado. A labios de frambuesa le aprietan los zapatos nuevos. Se descalza bajo la mesa. Quizá no debió ponérselos, pero… ¡son tan monos! La verdad es que resultan muy sexis, le dijo el de la barba de tres días. Labios frambuesa, se puso tan contenta y caviló que él estaba pensando en una escena de cama en la que ella no se quitaba los zapatos. La libido le broto de golpe. Las ardientes palabras, antes mero recurso, sonaron ahora en su boca como actividad pecaminosa. Él, se dio perfecta cuenta del tono sicalíptico que estaba alcanzando la conversación y se sintió encantado de los rumbos que estaba tomando la merienda, como víspera de noche loca. En ese caso, la cena la pagaría él, la merienda…, a pachas. Fantaseaba con las palabras y con los labios frambuesa de ella, y se la imaginaba con un atuendo sugestivo, que no dejase ver más allá de lo que la imaginación podía alcanzar. Se decidió el de la barba de tres días, a probar el gloss de labios color frambuesa de ella -sensual, atractivo, irresistible…, con el brillo propio de acabar de tomar un refresco nada pegajoso-, y resultó tener un sabor dulzón, lo que combinaba bien con el sirope de chocolate que él estaba tomando. Ella, la de labios frambuesa, se dio cuenta del efecto seductor de sus labios sobre el de la barba de tres días, y le dijo, como si de una amiga, muy amiga, se tratase: “Qué acierto tan grande el cambio de la barra de labios por el lip gloss, que desde entonces noto que los hombres me miran más los morritos, que resultan más suculentos… Quizá dependa del momento el uso de una u otro…; no lo sé, no lo he comprobado aún…”

No perdía la palabra, pero dio un giro a la conversación, y se dirigió directamente no a una amigo, como antes, sino a su pareja: “Tanto tiempo contigo, y te sigo gustando...; no sé cómo puede ser, con la cantidad de chicas guapas que hay por ahí. Por eso soy celosa, porque creo que hay mujeres más guapas que yo, detrás de las que te puedes ir en cualquier momento. Pero…, también tu puedes pensar lo mismo que yo, pero en el sentido contrario…, qué por qué sigo interesado por ti, cuando hay hombres más guapos y musculosos que tu…” “Gracias”, metió la cuña él. “No seas vanidoso… Y que se ajustan más a los patrones de hombre que siempre se han llevado… Pero es que yo te quiero… Tal vez también tú me quieras a mí, pero de forma diferente a la mía; porque los hombres no queréis como nosotras… Nosotras nos entregamos más, nos damos más que vosotros. Vosotros siempre os reserváis, os da vértigo el ‘emocionaros’ con una mujer. Podéis soportar una atracción sexual, aunque no sea resuelta, pero no podéis soportar esas mariposas que se forman en el estómago cuando la ‘emoción’ se hace presente”.

No perdía la palabra y cada vez se sinceraba más con el de la barba de tres días: “Recuerdo cómo mi mente se destruyó, después de una relación con alguien de quién quiero olvidarme, pero que no hay manera, fíjate cómo será la cosa… El caso es que me dejó el corazón en carne viva. No podía comprender cómo una persona que te quiere, de repente deja de quererte, y luego lo entendí. Lo entendí porque ellos no quieren lo mismo. Yo me entregué y dejé que yo dependiera totalmente de él, de ese canalla del que no quiero ni acordarme, pero al que no puedo olvidar. La mente, cuando funciona…, como todo lo humano…, es perfecta; deja de lado todo lo que le hace daño…, se defiende como gato panza arriba. Pero cuando falla…, se regodea, como marrano en un lodazal, con toda la mugre de la que ha sido capaz de hacerse a lo largo de su azarosa vida, y es cruel; es cruel y flagela a quien menos lo necesita; aunque necesitarlo, lo que se dice necesitarlo…, no lo necesita nadie”. Hizo una pausa retórica, que aprovecho el de la barba de tres días para intentar sacarla de su, no sé si desilusión o consternación. “No sé por qué te atormentas en lugar de ser feliz y seguir coqueteando, como estábamos haciendo hasta ahora en este momento, que nos iba muy bien, creo yo… Ese es tu problema, que ensalzas lo negativo, en lugar de exaltar lo positivo, como es lo que estaba ocurriendo en este momento, y no intentar romper el hechizo con malos rollos que no interesan a nadie…” “¡¿Estás diciendo que no te interesa lo que te estoy diciendo?!” –saltó ella, como granizo en albarda-. “¡Ves lo que te digo, tía!” –se irritó el de la barba de tres días y siguió: “No sabes disfrutar el momento y eso, como todo lo que has contado antes, no es privativo de mujeres, también le ocurre a muchos hombres… No te relajas y, lo que es peor, no dejas que se relajen los demás, parece que te cuesta trabajo ver cómo los demás disfrutan, cómo son felices”. “¡Ahora resulta que no te hago feliz!”. “Me exasperas, tía… ¡Con lo bonito que era todo hasta que te has puesto ‘interesante’”. La de los labios de frambuesa estaba abrumada por las palabras del de la barba de tres días y metió la cabeza entres sus manos. “¡Qué haces; no exageres, tía! Me quedo con lo que comentaste del gloss, que no recuerdo muy bien, pero que me parece más interesante que esto último que me has contado, y retomar lo último que estábamos haciendo que, si no me equivoco, era comernos los labios; los míos secos, los tuyos húmedos y brillantes gracias al gran invento del lip gloss, o como se llame”.

 

En Leganés, a 25 de abril de 2014

 


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