LA EXTRAÑA BOGOTANA
Esta cayendo el sol del domingo en la tarde colombiana, Cundinamarca se pone en sombras, el copetón llena la tarde silenciosa con su clara canción y Juan Andrés esta saliendo de la plaza La Santamaría de Bogotá después de una jornada de paso dobles, de corridos y de estridente clarín?y de la bota con el persistente chorro de vino.
Así comenzaron para Juan los lances de este suceso.
Los carteles rojos y brillantes lucen ampulosos de colores con las ultimas luces de la tarde . El niño de la Capea, Palomo Linares, y Paco Camino, exhiben en el afiche sus perfiles quebrados.
Las brujas terribles que cuidan de los maleficios a los toreros están atentas a los malos augurios, a los gatos negros, a los curas con sotana y a las mujeres que acechan a los diestros.
Palomo a regalado un toro y es un día de gloria con cuatro vueltas al ruedo, las dos orejas y el rabo y las capelinas de las damas volando al viento como bellas aves de los cielos.
Ajeno a la devoción de los toros, el argentino Juan Andrés llego por curiosidad a la plaza, y comenzó y siguió en la inercia del momento que era la del vino corrido.
Siga la fiesta brava de los tragos; siga con la bota en la plaza y después en la tasca con mas tinto y jamón de la serrania.
Y así siguió para Juan la historia de esta borrachera.
Finalmente todos los bares son iguales, se olvidan los toros, cualquier borracho es bueno y sigue la fiesta de las copas.
Ya bien entrada la noche únicamente quedan los mas ansiosos que cada vez son menos en el peregrinar alcohólico de bar por bar.
El hombre joven seguía la caravana en la recorrida del vino, por inercia y en barrios extraños de la ciudad que no conocía.
Perdido en la noche entre la confusión de tragos, de bares, de taxis y curdas lo sorprendió el día sentado en un bar con una rubia borracha como él.
En mala hora.
La sombra se rasgaba, amanecía, Bogotá despertaba estremecida, cual despierta una amante al otro dia.
Empezaron de maravillas las cosas entre la dama y el gaucho perdido y para celebrarlo emprendieron una nueva vuelta de copas en esa madrugada entre borrachos trágicos y solitarios náufragos sin buque hundido.
Era la hora de la Colombia profunda.
Hablaron de playas blancas como la nieve, de mares de ocho colores, de tesoros de piratas con perlas para reinas, y de románticos amores con la Luna colgada de las palmeras y de los hipocampos retozando en noche calida de mar serena.
El cielo ya estaba azul y un alba deslumbrante enjoyaba las nubes vaporosas.
Oscura bogotana?¡aparición entrañada!...bañada por la primera luz de la mañana parecías la diosa del misterio y del dolor.
Dama extraña y vagabunda, una esperanza en sus ojos y una cabellera de oro reflejando la luz del alba.
Enigmática mujer en el mundo mareado del alcohol.
Vaya a saber porque reacción , comenzó a entregar a Juan Andrés billetes arrugados. Y éste, muy borracho, como lo mas natural del mundo los iba guardando con la misma ingenuidad que los recibía.
Así fue que en un momento, atontado de vino, Juan Andrés en una de las veces que se levantó de la mesa, sin ningún tipo de intención?sin pensarlo?sin premeditación?, al contrario de volver con la rubia se dirigió a la puerta y totalmente inconciente se subió al primer taxi que encontró.
Despertó muy tarde en la habitación en que vivía, en el centro de Bogotá, y era muy difícil para él recordar su etílica gira por los bares.
En todos sus bolsillos, como un corsario que lleva perlas a la reina, encontraba billetes de todos los valores y lentamente fue evocando los momentos tan difusos en su memoria, la borrachera, la extraña bogotana, la cantidad de plata en su poder.
Nunca mas podría averiguar Juan, después de la laberíntica jornada donde estaba el bar o el barrio donde terminó involuntariamente la gira?levantándose vaya saber porque refleja reacción de la mesa del boliche y abandonando a la enigmática rubia de un momento para otro.
Evidentemente era la mujer una distribuidora que le había entregado toda la recaudación de su zona en un acto de inconciente decisión y estaba en dificultades.
Quien era la misteriosa rubia? que suerte habría corrido?
Tuvo mucha pena Juan por su ocasional compañera y mucho miedo por él.
Jamás podría encontrar el barrio, el lugar y menos el bar donde había abandonado a la mujer. Se sentía sucio, se sentía traidor de la confianza de su fugaz compañera.
Estaba triste porqué recordaba sus claros ojos enormes, redondos, y se imaginaba el tremendo desengaño de un alma solitaria que en un solo momento había sentido una luz de esperanza?y que la esperanza poco le había durado?
Quería volver el tiempo atrás, no quería sentir la culpa que sentía , no quería haberla abandonado?y sintió que la recordaba demasiado ¡ esos celestes ojos marinos!.
Y sin tener la menor posibilidad de saber que había ocurrido con ella y si lo podían encontrar a el, o no, los dueños del dinero.
Se asomaba con cautela, con recelo y con vestigios de una leve paranoia, a la puerta de la pensión mirando hacia las esquinas?y en su imaginación veía mafias que lo vigilaban.
Después, con el correr de los días el tiempo fue borrando los trazos, se fue olvidando de su miedo mezquino y le quedó el recuerdo para siempre de la rubia bogotana que le había dado el dinero para ir a enamorarse juntos a una playa del Caribe. Donde estaría la misteriosa mujer se preguntaba Juan con una terrible congoja.
Y que sentido tuvo su último acto.
Porqué no considerarlo como una decisión de trágica belleza y desesperada esperanza de la colombiana, que se quedo una madrugada esperando por el hombre que no volvió y que antes de marcharse le dijo poemas del amor, del mar, de las caracolas que lloran, de la tempestad, y de las gaviotas blancas.
Pero el se fue con la mañana y no pudo regresar.
?quien puede decirlo?todo lo trajo el vino?y el vino todo se lo llevo?
¡Y tal vez la intuición femenina lo comprendió todo ¡
Juan nunca podría saberlo, y tampoco podría saber si la extraña bogotana estaba viva.
Pero si sabia que una mañana, borracho, había comenzado a enamorarse de una rubia solitaria con ojos color amanecer.
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