Obsesionado con la cuñada (parte 2/5)

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El día transcurrió normal como siempre, y no hubo palabras entre su cuñada y él sobre lo sucedido anoche. Como es de costumbre por la tarde asistió al gimnasio. Terminando exhausto con los ejercicios. El cansancio le importaba poco, ya que los beneficios del entrenamiento ya estaban a la vista, marcados en su cuerpo. Tirado en el suelo sentía que ya no podía más, pero a la vez estaba contento de que por fin había llegado el momento de acercarse a Ella.

Al salir del gimnasio estaba esperando a que pasara como todos los días en su bicicleta. Pasaban las horas, entonces decidió marcharse confundido con lo que estaba pasando. Cuando iba comenzar a emprender su caminata, Ella se asoma por la esquina en su vehiculo, llevaba un short de mezclilla pequeño y ajustado, y una remera abierta a los costados con un bikini debajo. Entonces él hizo lo suyo; la quedó mirando un rato y luego se hizo el desentendido.

La encontraba hermosa con su rostro angelical, su cabello claro, su trasero grande y sus abultados pechos. A menudo, cuando regresaba caminando del gimnasio a su hogar, se preguntaba si su cuerpo habría pasado por alguna intervención quirúrgica, debido a la perfección que mostraba éste.

A él solo le bastaba con verla. Cuando la chica pasó por su lado, una fuerte explosión los sacudió a ambos. Recuperó el conocimiento, y pasaron algunos momentos más para que se ubicara en tiempo y espacio. Entonces se dio cuenta de que estaba sobre la mujer, tuvo que haber sido una reacción involuntaria, pero lo que le importaba era que ella estuviera sana.

-Nunca pensé que me pudiera salvar la vida un hombre tan guapo- expresó con voz entrecortada la hermosa mujer.

-No te la salvé, es imposible que la explosión pudiera acabar con tu vida, debido a que no ocurrió tan cerca.

-Pero aún así te preocupaste por mí.

Desde lejos se escuchaba como llegaban las sirenas de la policía, hacia el edificio que estaba al lado del gimnasio.

-Soy Sebastián, un gusto conocerte.

-Un gusto también, soy Lucía ¿Tienes algo que hacer más tarde?¿Te gustaría salir a pasear?

-Si, me encantaría.

Fue así, tal como acordaron, ellos salieron, fueron a un bar, bebieron un poco y se largaron a un lugar retirado de la ciudad, algo que suponían estaría completamente solo. Al llegar ahí, abrieron una botella de vino tinto y sacaron dos copas, brindaron y bebieron, ese fue el comienzo de una noche perfecta.

Hablaron por más de tres horas. Era raro encontrarse con una chica que tuviera los gustos similares al de un hombre como él, lo que hacía a Lucía una mujer mucho más interesante.

Los dos, tumbados en medio de una plaza solitaria, estaban rodeados de flores de colores, disfrutando de sus aromas. Para Sebastián fue difícil, pues se perdía en el aroma de su piel, la textura de su cuerpo, el suave vaivén de su ser, que desgarra el placer de lo prohibido en su inquietante deseo sin piedad. Se dio cuenta de que había bebido demasiado.

-Ha sido una tarde asombrosa-dijo la chica.

-Si, junto a ti ha sido la mejor.

-Eres un gran hombre.

-Gracias, tú igual eres una magnífica mujer.

- Ya se nos ha pasado la hora, creo que deberíamos irnos.

-Si, tienes razón- dijo dándose cuenta de la dictadura que el tiempo imponía.

No importa el momento en que se piense en ello, siempre, sin excepciones, ha habido tiempos mejores. Tiempos antes de la guerra, tiempos sin escasez de alimentos, o sin ir más lejos, tiempos en los que nadie tenía que acudir al colegio. Para él, no había tiempo mejor, sino que este ha sido el mejor día de su vida.

Caminando, un hombre aparece de improviso en el camino con un revólver en sus manos:

-¡Lucía!-gritó el hombre armado-¿Qué haces con este hombre? Te fui a buscar a tu casa y no te encontré... Ahora, ya veo en qué estás ocupada.

-Calma, por favor- le dice Sebastián- puedes bajar el arma.

-Si yo no te tengo nadie más lo hará-dijo, rechazando la propuesta.

-Típico- a pesar de estar mareado, Sebastián logra reducir al sujeto y quitarle la pistola, pero de algún modo éste escapa.

Los dos se quedan en silencio por un rato.

-Hay que denunciarlo-dice Sebastián.

-Ya lo hice, todavía no llega la justicia- respondió Lucía con lágrimas en los ojos- Ese tipo no me ha dejado tranquila desde que terminamos. Te puedo pedir un favor, me puedes acoger en tu casa por un tiempo.

-No sé, o sea debo preguntar a mi hermano, él es el dueño.

-Bueno, igual gracias por todo.

Avanzan las horas y una niebla densa, cerrada y pegajosa, les impide ver a escasos metros de ellos. No veían casi nada a más de de veinte metros, desconociendo absolutamente lo que pasa. La realidad pierde consistencia. Claro que en la vida en general nos ocurre algo similar, venimos aquí y no acostumbramos a saber porqué, ni si tiene algún sentido todo esto.

Veían con muchas dificultades, las luces de los coches que pasaban. Se dieron cuenta que no están en plenitud de facultades para seguir caminando.

Sebastián se encontraba físicamente disminuido. Unas luces rojas parpadeantes de un rótulo anunciando un hotel, atravesaban la niebla y les sugestionan para que paren. Agotado, y teniendo en cuenta de que es peligroso caminar ebrios por la calle, le propone a Lucía hospedarse allí, aún teniendo en cuenta los posibles regaños de su hermano. Ella acepta.


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