Francisco Bonardo se despertó temprano , esa mañana de sábado, en pleno verano. Como no le gustaba remolonear en la cama se levantó, se calzó los frescos bermudas azules que le llegaban hasta el borde de las rodillas, se afeitó, como hacía todos los días. Refrescó su cara con Old Spice, dándose suaves golpecitos en las mejillas y en la papada. y luego se aplicó una crema humectante.
El próximo paso era tomarse unos mates, mate amargo al que le agregaba una pizca de café lo que lo hacía mas sabroso. Mientras se calentaba el agua de la pava, miró por la ventana.Desde La ventana de la cocina, que se extendía a lo largo de la mesada de mármol, se podía apreciar casi todo el jardín. El chalet estaba emplazado sobre la medianera sudoeste y las ventanas y ventanales que la iluminaban profusamente, miraban al noreste. Contempló los azules,, rojos y fuccias de las petunias que adornaban los canteros. El jazmín chino desbordaba de flores blancas cuyo perfume se entremezclaba con el de los rosales y penetraba por las ventanas abiertas llenando de un particular y agradable aroma toda la casa.. Se dijo que esa tarde, al regresar del negocio, se dedicaría a cortar el césped. -Ya estaba desprolijo.
Francisco tenía un comercio de venta de artículos de electricidad. El local estaba ubicado a una pocas cuadras de su casa, en la zona comercial, frente a la estación del ferrocarril y en los últimos años le había ido bien. Gracias a su esfuerzo y dedicación pudo comprar la propiedad, que antes alquilaba, cambiar el auto y remodelar la casa.
A las siete y cuarenta y cinco ya estaba operando el moderno sistema automático que levantaba la persiana metálica, tornándola reforzada e inviolable, y acomodando la mercadería que había recibido la tarde anterior : enchufes, zapatas, lamparas, cables .
Francisco era un hombre amable y agradable al trato , y. conocía bien el rubro.;.lo conocía. de pe a pá. Recibía quincenalmente , la revista "avance eléctrico" por suscripción, mediante la cual se enteraba de todos los adelantos técnicos y científicos. Además estaban los proveedores. Siendo tan buen comprador, maniático del contado contra factura y enemigo acerrimo de las deudas, lo ponían en onda con todo. Francisco sabía que, cuando y donde comprar. Por eso tenía la virtud de asesorar a sus clientes con solicitud y conocimiento, virtud que todos reconocían y respetaban. .
Otra de sus virtudes era el horario. A las ocho menos cinco de la mañana "Electricidad bonardo " ,exhibía, indefectiblemente, el cartelito de "abierto". Pero a las doce y treinta del mediodía, indefectiblemente, lo volcaba a "cerrado".
Entonces, era normal que a las 13 horas, Francisco y su mujer, Aurora; a pesar del verano, a pesar del calor, disfrutaran del almuerzo, compuesto por ensaladas variadas y frescas y frutas de estación e incluso gelatina de postre. (la gelatina alimenta y ayuda a digerir - planteaba Aurora). Era normal que,
después de almorzar, descanzara un par de horas. Hacía demaciado calor y debía esperar que baje un poco el sol para trajinar en el jardín con la máquina de cortar pasto..
A las seis de la tarde sacó la Huber eléctrica del galponcito; conectó el cable prolongador por un extremo y por el otro extremo al enchufe del comedor, como hacía siempre,. porque de ese modo se extendía hacia atrás, y el no tenía que andar preocupandose ni haciendo malabarismos. Pero no funciono. Era el maldito toma de embutir. ¡ Otra vez se había olvidado del maldito toma de embutir!
Se reprochó el descuido, se enojó consigo mismo, lanzó una parva de imprecaciones, todas dedicadas a su estúpida cabeza que siempre estaba en otro lado y se dirigió, con el extremo del prolongador en la mano, hacia la cocina. Lo incrutó con bronca en el toma de la heladera, después de desenchufarla, y midiendo las distancias se puso a maniobrar el aparato desde afuera hacia adentro. Como hacía siempre. Desde la entrada hacia el fondo.
Enrredaba el cable en su brazo para dirigirlo mientras iba y venía emprolijando canteros y hoyas.
Amelia, su mujer, ajena por completo al pequeño inconveniente, cebaba mate y regaba a medida que el avanzaba. Era como un ritual. Bastaba que el se pudiera a cortar el pasto para que a Amelia se le diera por regar. Pero a Francisco le encantaba lo del mate. Que Amelia se quedase unos instantes con la vasija en la mano, esperando que el se detenga.
Nunca lo hubiese imaginado !! El, tan conocedor... tan experimentado... Estaba descalzo, disfrutando de la frescura del pasto mojado sobre sus pies .
Pero sucedió. Tomó el mate y sin parar la máquina, soltó el cable, que se metió de lleno bajo las aspas filosas. Se cortó y saltó hacia él en el preciso momento que Amelia desenredó la manguera y el chorro de agua cayó, como un rayo del cielo, sobre Francisco y el reforzado conductor de electricidad, produciendo un chispazo que le desplazó la conciencia y lo convirtió en fuego.
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