LA DAMA Y EL NIÑO
Cuando en el calido estío,
el aire se enardece,
en ángulo al Sol,
cierra sus ojos la dama
para que la timidez de un niño,
se lance a contemplarla,
cuando el fulgor la está besando.
Los rayos de lumbre
inventan imágenes,
mientras su luz,
reverbera en lo que abraza,
y su brillo danza en el aire,
con sus espejismos ondulantes.
En el ardor de la tarde
hay un niño embrujado.
Con el silencio cálido
impone sosiego la siesta,
están de holganza
el jilguero y el hornero,
y los caranchos,
revolotean su danza de siempre.
Una brisa de sombras
cae sobre la resolana,
y sonríen los labios de la dama
con el aura fresca.
Ansioso de estrellas
va empujando al Sol
el atardecer enrojecido.
Se va apagando
el verdor del eucalipto
y ella se mueve sinuosa,
con su cabellera revuelta,
sobre las margaritas del campo.
Con la caída de la luz
hay en el ocaso,
una dama encendida,
y un muchacho soñando.
Y al retornar la Luna a la llanura
hay dos miradas,
que en el sereno anochecer,
se están buscando.
Una canción de suspiros
acalla a los grillos,
y las luciérnagas titilan
al calor de la pasión
teniendo como cielo el verde monte,
y como piso,
sábanas de flores que bailan.
Cuando la noche recibe
a las estrellas,
hay en la penumbra
un adolescente,
con los ojos deslumbrados
y girando en la Luna
una dama suspirando,
con los parpados cerrados.
Una dama?un muchacho
?el Sol?
y una Luna de cristal.
En la noche sin brisa
giran como peces agitados
y ansiosos?
los halagos del amor.
Una dama?un muchacho?
y sonriendo a la pasión
un millón de estrellas en flor.
El arroyo arrastra
chispas de cielo
y la Luna llena abre los ojos
para contemplar el reposo
del amor extenuado.
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