Inquieto, pero paralizado. Decidido, aunque tan dubitativo como temeroso. Pensativo por momentos y de inmediato con la mente en blanco. Con mi dura personalidad a cuesta y al mismo tiempo con un vacío en todo mi ser que me desorientaba desmedidamente.
De este modo me encontraba frente a este río que, sin motivo alguno, debía cruzar para seguir viviendo.
Desde su profundidad dudosa y tumultuoso torrente parecía desafiar mi inteligencia, por lo que comencé a prestarle mayor atención y agudizando mis oídos en su ruidoso caudal, imaginé escuchar algo. Palabras en forma de frases quizás, pero evidentemente, fuese lo que fuese, estaban dirigidas a mí, aunque mi alterada precisión interpretativa no alcanzaba a traducir de su idioma uniforme y perdurable, en donde hasta su imperceptible silencio parecía estar hablándome; pero este ignorante conocimiento humano que en forma cíclica, como en este caso, nos suele detener en alguna bifurcación de caminos sin saber si hay uno correcto y otro equivocado, me retenía inmóvil con temor y duda.
De repente, como en un accidente en donde en unos segundos tu mente rebrota imágenes remotas y escondidas de tu pasado, reviví ciertos momentos de mi vida, desde algunos tan triviales como risueños, hasta otros de gran trascendencia, esos que te dejan una marca, sea de felicidad o de amarga tristeza, pero que al fin y al cabo dejan su sello en tu ser.
Y fue así, en ese mismo instante en que pude comprender lo que el río me estaba diciendo repetitivamente, como si le hablase a un niño de ocho años en términos facultativos, los que éste no entendería en un lapso no menor a una década.
Pero ya no debería reiterarlos más. Hasta casi hubiese podido dialogar con él, pero no era necesario. La claridad de sus dichos eran de una relevancia absoluta y una simpleza que no merecían comentario alguno, y mucho menos un intercambio de opinión que opacase esta verdad que se me revelaba como un secreto a voces, conocidos por pocos, ignorados por el resto.
-La duda y el miedo existen solamente en tu mente, mientras tu cerebro incurre en lucubraciones inexistentes-
Lo oí tan claro como su misma agua que no dejaba de correr hacia su próximo destino. Y me había hecho pensar unos segundos, pero su siguiente y última frase no me dio tiempo, espacio ni lugar, y me sacó de mi eclíptica órbita y su repetitivo recorrido, que con sus mas y sus menos, nunca cambia.
-No es un río el que has de cruzar el que ahogue tu cuerpo ni tu alma. La misma tierra que pisas con firmeza es capaz de hundir tu espíritu, tu memoria y hasta estremecer tus pensamientos hasta dejarte sin respiración-
Y finalmente me gritó: -Si me cruzas sin temor, comenzará tu vida-.
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