El último trago sabía espantoso, tibio, casi caliente. Hoy es viernes, pagaron. Es la quinta
cerveza al hilo luego de una jornada agotadora al rayo del sol.
El eructo ácido le hizo fruncir el ceño, luego se incorporó, subió a la bicicleta y envuelto en turbulencias comenzó a pedalear. El sol de frente dificulta aun más el retorno.
La niña acaba de terminar de ordenar, se recuesta e intenta conciliar el sueño. No le es fácil, hoy es viernes y seguramente le pagaron. Escucha tenue la voz ronca acercándose y se estremece. Simula estar dormida, se hace un ovillo, transpira, tiembla, y espera.
Saluda a unos cuantos vecinos que descansan a la sombra de la arboleda lindante con la casa, desciende de la bicicleta y camina llevándola a su derecha por el pasillo hasta llegar a destino.
La espera es angustiante, < hoy es viernes y seguro le pagaron>, piensa y se estremece aún más.
Entra, pone un tapón en la bacha de la cocina, junta abundante agua y sumerge la cabeza hasta tocar con su nariz la base. Contiene la respiración y permanece así varios segundos. Sale de golpe e inhala una profunda bocanada de aire. Permanece inclinado apoyando sobre sus codos sobre la mesada y espera que el agua escurra de su cabeza y vuelva a caer en la bacha. Respira lento y traga los resabios del reflujo ácido que nuevamente se hizo presente.
Sin abrir los ojos sabe todo lo que está pasando. Conoce a la perfección cada detalle, sabe que acto seguido se sentará a la mesa a tomar la única cerveza que aún queda en la heladera.
Se incorpora lento, frota su cara con ambas manos y se dirige a la heladera. Toma una cerveza, la única que hay, la destapa y la lleva a la mesa. Agarra un vaso que se estaba escurriendo sobre la mesada y vuelve a la mesa para sentarse a beber.
Quisiera salir corriendo a los gritos, pero el miedo es mas fuerte. Intenta dormir. Imposible. Solo resta esperar a que todo suceda. Sabe que aun falta, que beberá su cerveza lento, que irá al baño a orinar y se desnudará por completo antes de salir.
Acaba con la cerveza, se levanta de la silla, zigzagueante se dirige al baño, entra, deja la puerta entreabierta y en breve comienza a orinar. Le agrada el sonido que genera el chorro de orín al estrellarse contra el agua de la taza del inodoro, lo escucha en silencio, lo disfruta hasta la última gota.
Sabe que saldrá del baño desnudo y en breve se recostará a su lado, comenzará a acariciarla con sus manos ásperas para luego robarle sus encantos.
Cree que está dormida, se recuesta a su lado, ella acostada de lado le da la espalda, comienza a acariciarla y en breve se sabe erecto, busca penetrarla, lo consigue y en un corto lapso de tiempo descarga toda su simiente para luego dormirse profundamente.
Con movimientos sigilosos despega su cuerpo del de su padre que duerme profundo. No llega al baño, vomita apenas se levanta de la cama, se tira al piso y mirando al techo respira agitada y tiembla. Luego de unos minutos se incorpora y va en busca del hacha.
Se prepara, apunta, y comienza descargar, la sangre brota y riega toda la escena. No deja de golpearlo hasta estar totalmente segura de haber acabado con su vida. Deja el hacha sobre la cama, lo sacude, le pega cachetazos, murmura y se deja caer al piso.
Casi nueve meses mas tarde, una fría mañana es trasladada desde el penal a la maternidad. A pesar de su corta edad y su escueta contextura física el parto se desarrolló con total normalidad, < Es un varoncito> gritó risueña una de las enfermeras. Respiró profundo, su rostro estaba totalmente empapado en sudor, en breve asearon al niño y envuelto en una manta lo pusieron sobre su pecho. Con lágrimas en los ojos miró a la criatura y acarició suavemente sus mejillas, un eructo acompañado de reflujo ácido invadió su boca. Cerró los ojos.
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