Demoré varios minutos para recuperarme. Pero ella fue paciente conmigo. Incluso me trajo un poco de agua. Y permaneció a mi lado hasta que pude sentarme en el colchón
- No pude ver tus senos. Deben ser hermosos. - Quise decirle sin que pareciera que la estaba obligando a que me los enseñara
- ¿Quieres verlos? - Me preguntó al tiempo que se despojaba de su blusa. Entonces pude admirar su cuerpo esbelto, completamente desnudo. Y otra vez volví a excitarme. Ella lo notó y se aproximó de rodillas. Colocó mi miembro entre sus manos y lo llevó a su boca pequeña. ¡Que no resultó tan pequeña! Porque engulló mi pene por completo. No sé cómo le hizo, pero lo levantó y le dio dureza de nuevo.
Entonces se levantó, me tomó de la mano e hizo que me pusiera en pie. Luego se acostó boca arriba y abrió sus piernas. Toqué sus muslos y después metí un dedo en su vagina. Aún tenía cierta humedad. Acerqué mi lengua y lamí unos segundos. Ella me pidió que acostara sobre ella. Abrió sus piernas y coloqué mi pene en su entrada. Entonces ella me atrajo con sus piernas enlazadas por mi espalda. Y empezamos un vaivén cadencioso. Lento, como si quisiera que no terminara.
- Más rápido - Pronunció con una voz agitada y entrecortada que hizo que me excitara más
Aceleré mis movimientos y la rudeza de los mismos. Pero parecía que a ella no parecía importarle. Ella jadeaba. Yo también jadeaba. Jadeaba y sudaba. Y por un instante, me quedé sin aliento. Pero no fue así. Mi erección llegó a lo máximo. Así que quise probar algo nuevo.
Sin avisarle, me separé de ella, cuando bajó las piernas. Y la volteé. Ella no pesaba. Además de delgada era bajita. Bajita y morena. Cuando estuvo volteada, levanté sus glúteos. Acerqué mi pene y busqué la entrada de su vagina. Mi erección me lo permitía. ¡Bendito viagra! Pude penetrarla en esta nueva postura. Hasta podía levantarla unos milímetros de la cama.
Por un momento, me obsesioné con lo que estaba haciendo, que me olvidé de mi edad. Mi pecho empezó a latir con una rapidez inusitada. Mi respiración se interrumpía. Por segundos sentía que no respiraba. Empecé a sudar. Pero era un sudor frío. Se nubló mi vista. Sólo mis manos se aferraban a las caderas de Ada. Y yo trataba de seguir empujando sobre su cuerpo. De pronto, perdí el conocimiento.
Ada lo notó cuando la solté y mi miembro se deslizó hacia afuera de su vagina. Caí sobre la alfombra, que amortiguó el golpe de mi caída. Y cuando me vio tirado se asustó. Trató de reanimarme. Puso agua en mi boca. Con las sábanas me limpiaba el sudor. Pero la palidez de mi rostro iba en aumento. En lo que pensaba qué hacer, ella se iba vistiendo. Pensó en llamar a alguien de mi familia, si encontraba el número entre mis documentos. ¿A los encargados del hotel? ¿A un médico? ¿Y si mejor lo hacía desde un teléfono público?
Pensó que esta última opción era la mejor. Abandonó el cuarto del hotel. Y se apresuró a encontrar un teléfono público.
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