El páramo

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                                                                                     In memoriam Juan Toro

 

Llevaba tanto tiempo sin ver a otro ser humano que le asombró comprobar que alguien se acercaba a lo lejos. Una sonrisa se dibujó en el rostro de Emilio, pues conforme el hombre se acercaba su figura se hacía más familiar. Pero de inmediato, no obstante la alegría que le proporcionaba volver a ver a su amigo Lucio, la sonrisa dejó paso a una sombra de tristeza.

Le sorprendió también que tras Lucio el viento comenzara a soplar. Durante los cinco años que Emilio llevaba en aquel páramo, justo desde que cayó en coma, no había notado la presencia del viento. En realidad no había notado nada, excepto una horrible monotonía. Ni sed ni hambre. Pero ahora sí notaba la necesidad de dar un abrazo a su amigo más querido y así lo hizo.

Después los dos hombres se miraron durante unos instantes. Emilio era algo mayor, rondaba los cincuenta y tres, Lucio a sus cuarenta y cinco se conservaba muy bien. Es más, Lucio no tenía su aspecto actual, sino el del joven adolescente al que Emilio, enseñó a tocar la guitarra.

 Sintió una punzada de dolor en el costado porque la presencia del amigo, que aún seguía en el mundo de los que están sanos y no como él tendido permanentemente en una cama, no era otra cosa que la cercanía de la muerte. Lo sabía. Desde que le vio venir supo que la visita del amigo tenía por objeto desconectar algo en su cerebro, acabar con su vida.

- No lo hagas, por favor.- Dijo Emilio, de forma amable.

- No puedo evitarlo. Tú me has llamado. No sé de qué forma lo has hecho.- Lucio miraba a su alrededor, aunque poca cosa, excepto algunos arbustos ralos, había para ver.- Tu cerebro ha emitido una onda de pensamiento consciente, lógico y me ha creado, me ha hecho venir.

- ¿Por qué vas a matarme? ? Emilio hablaba con esa serenidad que tanto admiraba Lucio. Siempre había sido un hombre valiente.- Yo estoy vivo ¿Lo ves? Estoy vivo

Lucio movió la cabeza con tristeza, luego, en voz muy baja, comentó:

- Tú eres solo sus constantes vitales, Emilio. Sus funciones de respiración, convertir alimentos en proteínas, y todas esas cosas; pero eso no es vida.- Luego suspiró, volvió el rostro evitando los ojos del amigo.- ¿No lo entiendes? Yo no soy Lucio. Soy tú, pero con comprensión de mi mismo, con interacción en mi existencia, o de eso que queda de mi y de eso que alguno puede llamar existencia. ? Levantó la cabeza, miró fijo a Emilio. Lucio parecía triste. Quizás, en alguna parte del Emilio que yacía en coma, intubado, asistido por maquinas y enfermeras, se había colado en otro tiempo un poco de Lucio ¿No sucede siempre con los verdaderos amigos?

Lucio puso una mano afectuosa sobre el hombro de Emilio, al tiempo que proseguía su camino. Emilio se sentó en el suelo viendo como su amigo, o él mismo, caminaba hacia algún punto de su sistema vital para detenerlo eternamente. Y sintió dolor cuando el horizonte se tragó a Lucio. No por la inminente muerte, sino porque ya no volvería a ver a Lucio.


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