Desde que enviudó, se volvió retraído, solitario. Sin ánimos para seguir con su vida, renunció al trabajo. Se refugió en las cuatro paredes frías de su casa. Se alimentaba por instinto, por supervivencia. Aunque no se acostaba en la cama para dormir, la mayor parte del tiempo se encontraba sentado en el sofá de la sala. Donde miraba por horas una televisión encendida, con programas que en realidad no veía. Su mente, divagaba con los recuerdos de su adorada esposa. En los felices momentos que vivieron, al principio. Para luego, culminar con las fechas en que ella se enfermó de cáncer. Un cáncer en el hígado que en pocos meses, derrumbó los planes que tenía con su amada.
Las lágrimas se le agotaron de tanto recordarla. De tanto querer revivirla. Apretaba los párpados con la ilusión de traer una imagen de su rostro sonriente y adorable. Y cuando lo conseguía. Cuando podía mirarla, no quería abrir los ojos. Incluso se dibujaba en su rostro una sonrisa. Una leve sonrisa que le permitía soñar.
Sólo abría los ojos cuando sentía la necesidad de alimentarse o desalimentarse. Y siempre regresaba al viejo mueble de la lúgubre sala. Donde la tele permanecía encendida. Hasta esa mañana en que le suspendieron el servicio de la luz eléctrica. Y que, aunado a las cortinas cerradas, oscureció aún más esa pobre casa. Situación que no le preocupó en lo más mínimo a Sergio. Por el contrario, le favoreció para ver con los ojos cerrados, el rostro de Irene. Ya fuera fija o en movimiento. Porque podía ver en su mente, pequeños videos de los momentos felices que vivió con ella.
Por lo que cada vez se levantaba menos de su asiento. Dejó de alimentarse, días antes de que se descompusieran los alimentos que había en su refrigerador. Al no ingerir alimentos, tiempo después también dejó de levantarse para ir al baño. Dejó de utilizar su cuerpo pero, su mente se volvió más activa que nunca.
De pronto, estaba en la Universidad de Los Prados, donde conoció a la joven Irene. Ambos estudiaron en la facultad de Letras Hispanas. Sólo que Sergio, iba un año adelante. Pero coincidían en los recesos entre cada asignatura. En la cocina de la facultad y en las explanadas.
- Compañeros - Dijo en voz alta un estudiante del último grado de la Carrera de Letras, mientras se trepaba a un muro del lado oeste de la explanada - Mañana organizaremos un concurso literario. Y podrán participar todos los alumnos de esta facultad de Letras...
- ¿Es en serio? - Preguntó un alumno que se encontraba a punto de entrar a la cafetería - ¿Y cuáles serán los requisitos?
- ¿Cuál será la extensión de los relatos? - Cuestionó alguien más
- Todos los requisitos están en la cartulina que hemos colocado en el muro de la dirección. Y que se resumen en que se aceptan todos aquellos que no insulten ni denigren la calidad humana. La extensión es libre. Y podrán participar todos ustedes. Que es lo más importante, ¿no creen?
- Ya rugiste - Alcanzó a decir otro estudiante, antes de marcharse para alcanzar a sus amigos
Sergio, iba a entrar a su siguiente clase cuando descubrió a Irene leyendo el cartel del concurso. Y se desvió unos pasos para acercarse a ella.
- ¿Vas a participar? - Le dijo con la confianza que tienen los jóvenes estudiantes para comunicarse entre ellos - Va a estar de lujo. ¿Por qué no se les ocurrió a los académicos organizarlo?
- Tal vez porque es un proyecto para evaluar a los alumnos del último semestre, ¿No te parece? - Le respondió con cierto sarcasmo pero sin tratar de verse agresiva
- Puede ser. ¿Y cuál es tu estilo? ¿Con qué vas a participar? ¿Poesía, cuentos cortos o algún ensayo?
- Con poemas. Tengo algunos versos alejandrinos.
- Me parece perfecto. Yo escribo cuentos cortos...
- ¿De qué temas serán tus cuentos cortos? - Lo interrumpió - ¿Hay alguno preferido?
- Me gustan los de intriga y suspenso. También los de terror. Pero en esta ocasión escribiré uno romántico. De dos jóvenes estudiantes que se conocen en vísperas de un gran acontecimiento literario...
Ella sólo sonrió mientras movía la cabeza al lado opuesto. Ya se había dado cuenta de las intenciones de su acompañante espontáneo.
- Pues espero que para mañana, lo hayas terminado - Dijo Irene a Sergio a manera de despedida.
El concurso fue lo mejor que le pudo haber pasado a Sergio e Irene. Porque se hicieron novios. Una relación que duró dos años. Que culminó en el matrimonio de ambos cuando ella concluyó sus estudios.
Decidieron no tener un hijo sino hasta después de haber organizado su futuro. No es fácil hacer dinero a los egresados de la facultad de letras. Así que se establecieron en una isla donde ambos se dedicaban a escribir. Poemas y novelas. Que si resultaban buenas obras, se venderían al público conocedor. Mientras tanto, disfrutaban una prolongada luna de miel en el paraíso.
La casa de madera junto al arroyuelo, con árboles frutales a los costados. Una hamaca acogedora y un silencio perfecto para despertar la inspiración. Un romance en su apogeo que duró todo un año.
La novela "Lo que nos une" resultó todo un éxito. También "Irenelandia", el libro de poemas de Irene Manero. Por lo que ya estaban preparados para el primogénito. Fueron al médico para hacer los estudios de maternidad y descubrieron un tumor en el hígado de Irene. Que resultó ser un cáncer mortal.
Y las quimioterapias empezaron. Y el dolor y el sufrimiento con el mismo paquete.
Pero Sergio reaccionó esta vez. No dejaré que esto pase de nuevo, se dijo. Pero no era Sergio en realidad. Era sólo su mente, que ya había tomado el control. Porque el cuerpo de Sergio era un esqueleto con la piel adherida. Porque sus extremidades ya no funcionaban. Sólo su mente se mantenía con vida.
- Si tú le dices a tu mente que no tienes cáncer - Le decía a su mujer en cuanto la trajo a sus recuerdos - entonces tu mente lo eliminará. No hay nada más poderoso que la mente. Vamos. Concéntrate. Dile que no tienes cáncer
Y en sus pensamientos ella le sonreía. Pero la mente de Sergio iba más allá. Quería que la enfermedad que tenía Irene, fuera la enfermedad de Sergio. Para que su adorada Irene sanara y no muriera.
Fue tanta la concentración que tuvo Sergio con esta idea, que de pronto notó un cambio en el semblante de su esposa. La vio recuperarse. La miró levantarse y correr hasta sus brazos. Sólo que Sergio se vio a si mismo, desplomarse.
- ¿Qué tienes mi amor? Te ves muy enfermo.
Los doctores le diagnosticaron a Sergio, cáncer de páncreas. Y a la bella Irene la encontraron sana, completamente sana. Sergio se alegró. Y una sonrisa leve se dibujó en su rostro.
Cuando los vecinos llamaron a las autoridades por la fetidez de la casa de Sergio, lo hallaron muerto. Sentado en el sofá, esbozando una sonrisa. Lo curioso es que Irene se presentó dos horas después, totalmente sana. Y nadie recordaba en Valle Escondido que Irene hubiese estado enferma, mucho menos fallecido.
Un año después, se ve a Irene llevar un ramo de flores blancas, a la tumba de su esposo Sergio.
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