El Circo del fin del Tiempo
Por Carlos Caro
Enviado el 19/02/2015, clasificado en Varios / otros
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Hoy me enteré de la llegada del circo y estoy tan conmocionado por las noticias que no puedo dormir. Doy vueltas en la cama reviviendo experiencias anteriores y sólo las cadenas de la cordura me mantienen en ella con un enredo de las sábanas. Por fin, vencida mi vigilia por el cansancio, comienza un inquieto sueño.
Me ubico temprano en la ventana del primer piso para verlo todo mejor. Aunque han pasado varias horas desde el mediodía, la calle está extrañamente vacía, sin automóviles ni personas, pues al no conocerse el itinerario, todos aguardan que el desfile pase frente a sus mismas puertas.
Siento golpes que llaman la atención, pero para mi asombro, transita rebotando muy alto una pelota de fútbol que parece un loco arlequín por sus gajos negros y blancos. Gira, cae y se eleva, alejándose calle abajo sin que nadie vaya por ella o la detenga. Nadie quiere moverse hasta que todo comience. Sospecho sobresaltado de mi razón, cuando además aparece como si nada, un orondo perro callejero, feo, cojo y con un pañuelo atado a su cuello. Pese a lo quebrado de su andar, se apropia del centro de la calzada como un rey del carnaval y, mientras también se pierde tras la esquina, se lleva con él mi ternura, esa que me arrebató con su mirada más triste.
El tiempo pasa y supongo que aún se debe estar librando la mayor batalla política que se haya producido en esta ciudad. Todo empezó con la llegada, en una noche de plenilunio, del Circo del Fin del Tiempo de los hermanos La Mort. Ubicaron, sin control, grandes camiones, acoplados y casas rodantes, así como camionetas, remolques con rutilantes motos y otros con los más diversos elementos. Por supuesto, siguiendo las leyes, no traían animales enjaulados y su espectáculo brillaba por distintos actos.
El solar elegido pertenece al General Gutiérrez quien vive su retiro a la vera del mismo, encerrado en la antigua casa familiar. La propiedad le había llegado como herencia de su antepasado homónimo, también General, que había dado más de un fiero combate durante la guerra del Paraguay. Se rumoreaba que había comandado varios regimientos de negros quienes habían sido totalmente aniquilados. Tal lealtad y coraje demostraron los africanos, que el viejo General, como homenaje, se los trajo de vuelta y los enterró en su propiedad. Eran sólo habladurías, pero si algún sobrebebido de alcohol pasaba por ahí, ya sobrio, contaba acerca de calaveras fosforescentes y de ululares de pena.
Al día siguiente, un lunes, apareció un aviso en el periódico local pidiendo cincuenta personas fuertes y dispuestas. Las jornadas eran para levantar la carpa principal y los demás puestos de diversión o comida. Durante los días de esa semana, a más de la mitad de los habitantes se nos ocurrió pasear por allí. Nuestros ojos ardían de curiosidad y más de uno pasó varias veces para apreciar cómo crecía y se formaba la carpa que, imaginaban, ya era castillo con almenas y techos en pico.
Tan complicada se hizo esta vigilancia, que la municipalidad debió hacer un poco de orden y, al organizar el tránsito, logró que la visita anticipatoria durara pocos minutos. Ese mismo viernes, media página del pasquín anunciaba la primera fantástica función para el domingo, destacando como propaganda que el sábado por la tarde, el circo entero desfilaría a través de la ciudad. Por supuesto, en forma gratuita, se podrían apreciar entonces adelantos de la magia y habilidades que se mostrarían.
Ese fue el clarín de la contienda. El jefe comunal fulminó el desfile prohibiéndolo con el argumento de que, sin preparación y tiempo, colapsaría el tráfico. El silencio se instaló. Algo de razón había; sin embargo, sólo fue para tomar aire y al rato comenzaron los primero rugidos y comunicados.
El Colegio de Abogados fue el primero. Adujo que en una ciudad tan aburrida, era un exceso de autoridad intolerable y recurrirían con todo su peso a la justicia. Inmediatamente, el Centro Comercial puso el grito en el cielo: que no Sr. Intendente, si usted aprieta con los impuestos, cuando llueve maná de las alturas, pues deje que caiga. El Círculo Médico hizo llegar su opinión: un pueblo divertido y feliz es sin duda más sano. Los Bioquímicos se solidarizaron e indicaron que la molicie aumenta la cantidad de bilirrubina, por lo cual y, según el Dr. Guerra un poco de diversión mejora la salud pública.
El olor a carroña llegó a la oposición política y, en cuanto tuvieron las primeras encuestas se unieron en manada y los ediles pidieron a gritos la cabeza del intendente. Sin embargo, éste no lo era en balde y, aparentando ceder, llamó a los hermanos La Mort para combinar el recorrido y las medidas de seguridad. Tan astuto ha sido, que siendo ya casi las ocho de la noche, todavía no se han puesto de acuerdo. El encenderse automático de las farolas de la calle es la señal que, burlados, nos manda a dormir.
Deberé esperar la función de mañana y despertar de mi sueño para conocer asombrado al enano astronauta, a la trapecista del hielo y al domador de aceitunas.
Carlos Caro
Descargar PDF: http://cort.as/PHgF
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