Me separé de mi mujer porque en mi opinión está colgada. Le era infiel con frecuencia, y resultaban insoportables las cenas en compañía de una inseparable amiga que tiene. Una vez esta pesada trajo gambas, mejillones y almejas para cenar. Yo me encargué de cocinar las almejas, y debieron de ser unas 25 las veces que pregunté si había comprado sal gorda. Como quien oye llover, seguían absortas en su eterno diálogo sobre las cortinas. Harto y experimental, me puse a hablar de mi último lío con la vecina del bajo, la separada de dos niños, extendiéndome en detalles, y ellas, como quien oye llover. Mi odio fue en aumento, y después de varios insultos volví a preguntar por la sal gorda. Entonces se volvió, y creyéndose víctima por la peor de las blasfemias, me endiñó un bofetón. No hay derecho.
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