Luces y sombras

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Tengo miedo. Camino por las oscuras y húmedas calles de esta mi ciudad. La lluvia cae sobre mí, débil pero desafiante. Y yo, a la intemperie, con nada más que un abrigo para cubrirme camino a toda prisa con la esperanza de llegar antes de que empeore. Sin embargo, el temor a mojarme no es lo que me inspira verdadero pavor.

Las sombras bailan a mí alrededor, proyectando imágenes macabras a una mente cansada y atemorizada, en una noche imaginativa. Escapan de la luz de las farolas buscando sembrar el lugar en la más profunda oscuridad.

Pero también tengo miedo del viento. Ese viento que hacer sonar sus trompetas para crear sonidos aterradores, sonidos que harían correr al más valiente de los hombres. Sonidos que, en esta triste y fría noche se asemejan a los de mis temores.

Sin embargo, y cuanto más lo pienso, lo único que veo en las sombras es luz, porque no hay absoluta oscuridad en ellas. Y sin la luz no existirían. Porque al escuchar los aullidos del viento no me siento tan sólo, y me alegro por la imaginación de que he sido dotado que me otorga la capacidad de, asustarme por algo que solo es aire. Pero tengo miedo, sí, tengo miedo. Y es por eso por lo que me siento vivo.

El miedo es lo que lleva al hombre a hacer las cosas que hace. Algunas cosas buenas, y algunas cosas malas. Muchas de ellas no las ha planeado en absoluto, pero las hace. Lo lleva a cometer heroicidades y atrocidades. Lo lleva a matar a su vecino, o a declararse a su amiga. El miedo es lo que hace que el ser humano avance, a trompicones, sí, pero avanza. No avanza por una labor conjunta voluntaria, sino llevada adelante por el miedo. El miedo a perderlo todo. El miedo a perder lo más importante de su vida. El miedo a perder a alguien. Y finalmente y más importante de todos los temores que han atormentado al ser humano desde tiempos inmemoriales, la muerte. La muerte es lo que puede hacer que una persona, irónicamente, mate a otra. Provoca acciones que nadie habría podido imaginar salvo que las haya visto.

Y yo tengo miedo. Tengo miedo a las sombras y al viento. Y tengo miedo especialmente a la muerte. Sin embargo el temor a las sombras y al viento es algo que me hace sentir bien, me dice que estoy vivo. Me dice que pese a todo lo que he pasado, siento las cosas como antes. Y lo mejor de todo es que avanzo por las calles con paso firme, sin titubear en ningún momento. Veo una sombra a mi derecha, y escuchó un aterrador aullido. Pero no me detengo. No altero mi caminar. Sino que sigo andando. Manteniéndome firme y seguro ante los terrores que me acechan. Y son unos temores y unos miedos a los que una persona puede hacer frente y salir victorioso.

Sin embargo, ¿quién en su sano juicio diría que ha salido victorioso frente a la muerte? La respuesta es nadie. Pues nadie ha sabido evitar sus frías garras. Unas garras que acompañan al ser humano desde que nace, a lo largo de toda su vida. Amenazando con cerrarse en torno a su corazón en cualquier momento sin señal alguna. Unas garras ante las cuales no sirve de nada correr, luchar o gritar. Tan solo puedes admitir tu derrota frente a ella.

Y es por ello que tengo miedo. Tengo miedo de que las sombras y sonidos que veo y escucho no sean lo que son. Sino que sean las garras que me acechan. La muerte que va detrás de mí, cual lobo tras una oveja descarriada del rebaño. Tengo miedo de que en cualquier momento su garra se cierre sobre mi frágil corazón y mi vida llegué a su fin. Tengo miedo a desaparecer en el olvido. Porque olvido es lo único que resta al final de la existencia humana. Pues, a pesar de que los vivos nos recuerden. Nosotros no estaremos ahí. No estaremos en ninguna parte.

Y es por ello por lo que ya no camino, Es por ello por lo que corro. Es por ello por lo que veo sombras danzar a mi alrededor y oigo pasos y aullidos tras de mí.

Ahora las gotas se deslizan por mi rostro impunemente mientras huyo desesperado al único lugar que conozco en el que seré protegido. Huyó allí de dónde vengo. Huyo a aquel lugar donde mis miedos desaparecen por completo y me olvido de todo lo que me atormenta. Pues allí la luz es cálida y los sonidos conciliadores. Donde el fuego ilumina y calienta las estancias desde la chimenea.

Huyo al único lugar donde las sombras me son amigables.

Huyo a mi hogar.


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