EL SABOR DEL AMOR

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Comía ansias esperándola. Estaba ilusionado con verla llegar sonriente y que me felicitara con un abrazo el mérito obtenido. Y de repente apareció, entre luces y escarchas, tan bonita ella. Vestía su uniforme de colegiala, tan linda. La miré y rogaba que volteara. Estaba sonriendo, bromeaba con sus amigas; empezó a girar hacia mí, yo no me lo podía creer. Yo era el centro de atención, todos se acercaban a felicitarme. Asomé para mirarla mejor, y entonces sucedió? se congeló ese momento que estuve esperando todo el día, toda la vida. Su mirada se encontró con la mía; yo ya la esperaba sonriente, ella ya sonreía, y al notar que la observaba cambió rotundamente su expresión infantil. Encogió sus mejillas, achinó sus ojos, su mirada se encendió e hizo un claro gesto de ? desprecio, y giró bruscamente la cabeza. Segurito a mí también se me cambiaría la expresión. Sentí un gran vacío en el pecho, suspiré profundo, se me nublaron los ojos y con tristeza pensé en lo desdichado que era, quererla tanto y ella ni un poquito. Desapareció entre el tumulto de colegiales, y mientras tanto, mi profesora preferida se acercó emocionada, y en un abrazo efusivo me dijo: ?¡Felicidades Andrés, el mejor alumno, un ejemplo para tus compañeros!?.
De pronto su voz madura me preguntó dulcemente: ¿Qué tienes?. Me hice el sordo, pero ella me conocía perfectamente. Me tomó de la mano, me llevó al kiosko del colegio y pidió: ?Déme un vaso de champú y una cachanga?, y su pedido embargó en mí un sentimiento relajador que hormigueó desde el abdomen hasta la cabeza, la presencia del cariño verdadero. ?!Que rico, champú con cachanga!?, exclamé en silencio.
Terminada la clausura, ya más tranquilo, salimos del colegio, y en el trayecto a casa le pregunté: ?¿Mamita, tu también sacabas diploma??, Pero su inesperada respuesta me conmovió: ?No hijito, yo no fuí a la escuela?. La contemplé apenado y sólo atiné a darle un apretoncito de mano, ese apretoncito de quien pide que nunca lo sueltes; a lo que ella volteó, me sonrió y con el pulgar acarició mi mano con ternura.
A pesar de mi temprana edad empecé hacer mis propias conclusiones, inocentes pero con chispazos de sabiduría, sobre el siginificado del amor. No lo podía definir en palabras, pero sí en acciones. Volví a contemprarla y me convencí de algo: ?Si existe el amor, debía mirar como mira ella, llevarme de la mano como lo hace ella, y curar el sufrimiento como sabe hacerlo ella?, ?No importan los diplomas, no importa el colegio?. Y desde entonces, el amor para mí adquirió un sabor muy especial, un sabor que me acompañó toda mi niñez, un agradable sabor a Champú y? cachanga.


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