Al mejor estilo de un galán maduro, venía ya desde algunas semanas queriendo enamorar a Eli, la nueva.
En realidad ya éste término no era del todo adecuado pues posteriormente a su llegada habían arribado dos señoras mas, pero éstas se habían incorporado al grupo casi instantáneamente por lo que parecía que eran antiguas residentes del lugar. Tanto Ana como María del Carmen poseían una atracción particular lo que sumado a sus desenvolturas era casi imposible que algún hombre pudiera dejar de admirarlas y hasta de entrar en la competencia de ganar sus simpatías. Pero Arturo solo tenía ojos para la nueva. Aunque Eli no gozaba de una belleza natural, sus finos rasgos, postura esbelta y misterioso silencio mantenían en vilo los deseos de su único admirador.
La manifiesta indiferencia a los halagos y sutiles piropos vertidos por Arturo durante tanto tiempo, tuvo un repentino final la tarde del caluroso domingo de enero, cuando la asistencia médica del servicio de urgencia de la clínica contratada por el hogar de la tercera edad Los años felices, retiraba a Eli del lugar en una camilla con una aparente afección cardíaca. En ese instante tomó la mano de su pretendiente, quien no se había separado de ella desde su descompensación, y con su voz cargada de ansiedad le dijo:
-¡Déme un beso Arturo! Y espéreme, que regresaré pronto.
Comentarios
COMENTAR
¿Te ha gustado?. Compártelo en las redes sociales