Estaban completamente rodeados por el enemigo y sabían perfectamente que no había escapatoria, debían luchar hasta el último aliento contra sus adversarios para dar buena cuenta del valor que tenían, para conseguir el respeto y la veneración eternas por parte de sus familias, aunque por su ausencia murieran de hambre.
Había un camino oculto que sus rivales desconocían, pero huyendo solo mancillarían el buen nombre de sus estirpes, dejándoles solo la posibilidad de morir a merced de un ejército al que sabían muy bien que no podían ganar. Era completamente falso que no tuvieran miedo, pues algunos temblaban y lloraban, aunque disimuladamente, eran trozos de carne que solo querían dar buena imagen, lo cual resulta también un acto valeroso, pero sus verdaderos anhelos eran salir de aquel lugar y ponerse a salvo del enemigo para así poder regresar con sus familias de nuevo.
Todos sentían una vocecilla interior que les impedía rehusar el combate y cualquier ápice de raciocinio se veía cruelmente fulminado por el honor, no pudiendo ser reparado nunca en caso de evitar el combate.
No querían hacerlo, pero se adelantaron hacia su enemigo y les atacaron en un momento en el que ellos no se lo esperaban, consiguiendo infligir un mayor daño del que imaginaban, hecho que empujó al ejército rival a rendirse sin condiciones, pues aun teniendo posibilidades de ganar, no todos los hombres están dispuestos a perder la vida por una simple victoria.
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