Por lo general soy un tipo entero, incluso a veces áspero, pero cuando preciso ternura, me arrimo a Marlen. No resulto saciado, la verdad, ella nunca sacia, pero me quedo no sé? en calma.
Algún día, perdón, alguna noche, entro en el bar de perdedores, a partir de determinada hora todos lo son, y la encuentro sentada ante el mostrador, con un cigarrillo humeante olvidado entre sus dedos, mirando hacia la nada, recordando nada, esperando nada. Yo me acerco, me siento a su lado y antes de que el camarero me sirva mi Guinnes, ya he pronunciado la frase en la que se reúnen las palabras más intensas de mis canciones más queridas. Y la dama, desolada, misteriosa, como en un cuento, sí, resulta rescatada y sale conmigo a la calle, ilusionada con su nuevo destino, es decir, conmigo. Yo no sé porque digo cosas tan absurdas? si toda la vida han sido ellas, las mujeres, quienes me han rescatado a mí. Será porque soy de los que no aceptan la realidad, porque me gusta contar cuentos y que me los cuenten.
Ella es la que más se asemeja a la rubia de mi vida, a mi dama rockera, la que un día se cansó y me abandonó. Roser, ese es su bonito nombre, una asaltadora de pasiones, por la que uno se siente dispuesto a todo si ella lo propone. Éramos de escasas palabras, pero de muchas miradas cómplices.
?Yo solía cerrar el día recopilando papeles, notas confusas, y supuestas hojas de ruta de los próximos días, con la cabeza llena de planes y de canciones nuevas. Ella, Roser, cantaba, y varios guitarristas de distintas generaciones y personalidades formaban un buen grupo musical. Disfrutaban solidarios, pero también un puntito competitivos, en los distintos escenarios donde actuábamos cada noche, con canciones que yo componía, que no convocaban a la oración, sino a la perversión, a un público entusiasta, incondicional.
Yo pensaba que nos iba bien. Pero?
Un día llegó un tipo de espalda cuadrada, bigote ancho, calzando botas con espuelas. Lo había visto en la entrada del local donde esa noche íbamos a actuar. Fumaba en la puerta y miraba pasar a las chicas con minifalda y medias. Yo preparaba escenario. Me preguntó cuál era la actuación de la noche. Amablemente le contesté que mi grupo era el encargado, que si asistía, seguro que le gustaría, que no se iba a arrepentir.
Lo dicho, así fue. Al parecer le gustó, pero no sé si tanto como lo hizo mi dama rockera, a la que no quitó ojo durante toda la actuación. Y con lo que no se conformó. Pudo llegar hasta su camerino, en donde dispuso de una serie de palabras de asombro y admiración y, cómo no, también reclamó firma de autógrafo y alguna invitación.
De nada me serviría negaros que no fuera de lengua hábil, palabras no le faltaron y más cuando se tiene máximo interés en alguien que ha deslumbrado y capturado toda la atención, tal y como lo hizo mi dama. Ahora desparecida de mis canciones, culpable de mis hojas en blanco, mi eterna fugitiva, arcilla de otras manos y ya no de las mías.
Y digo yo, ¿a quién no le ha sucedido? De pronto llega alguien y pone tu vida patas arribas; arrasa con tus planes, tus afectos, con tu provenir.
A veces, me pregunto por qué la vida no es simplemente un concierto de rock and roll.
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