Cita a ciegas en Casa Mingo/parte 2

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...///?

            Faltaban pocos minutos para las 10 en punto. Estábamos a primeros de octubre, ya era de noche y se notaba fresco en la calle, que agradecí, ya que tenía la cara encendida de la inquietud por conocer al chico que me hacía resúmenes.

            Doblé la esquina y me situé en la puerta de ?Casa Mingo?.  Miré a mi alrededor y me encontré: un hombre alto, fuerte, moreno de unos 40 años parado en el lateral derecho del acceso al restaurante, en situación de espera; a unos 4 o 5 metros de la puerta otro hombre más bajo pero más joven, delgado y calvo, también en espera.

            ¿Y ahora qué? Ninguno de los dos parecía el de la foto, y aunque ambos me miraban, me imagino que porque yo les miraba a ellos, ninguno dijimos nada de nada. Por tanto elegí esperar un poco, cuando del interior del establecimiento salió  una mujer con una bolsa que besó al hombre más joven y se dirigieron a un vehículo estacionado en doble fila. Uno menos pensé para mi con alivio. Pero claro el otro hombre que quedaba, me daba sensación de que no. Parecía originario del este y para nada se el chico madrileño de la foto del chat.

            Me miraba disimuladamente, y retiraba la vista si yo le miraba. ¡Madre mía que situación!, pensaba para mí, y encima no había ni un alma por la calle.

            Ya pasaban casi 10 minutos de la hora y estaba a punto de preguntarle si se llamaba Fran, cuando por detrás de mí apareció un hombre de pelo canoso, alto, espalda ancha y con una pregunta, ¿perdona eres Conce?

            Sentí como se me relajaron los músculos de la espalda, que llevaban un rato en tensión, era él, ¡seguro! Yo pensaba ¡gracias Dios!, por fin.

            Me animó a pasear y a buscar alguna terraza de las que se vislumbraban al fondo de la calle para tomar algo. Tenía unos ojos marrones penetrantes, facciones muy varoniles, muy atractivo,  y su forma de hablar sin parar me hizo dejarme llevar como hipnotizada.

            Mientras caminábamos sentí como me miraba directamente a la cara, y fugazmente a mi atuendo, sonriéndose. Me gustaba.

            Paramos en un bar con terraza cerrada y nos sentamos. Se quitó su chaqueta y nos sentamos uno frente a otro. Su camisa llevaba los puños desabrochados y dejaba entrever sus antebrazos y su manos, llenos de los nudos de su venas, dibujando unos brazos grandes y fuertes.

            Mientras hablaba parecía que se comía milímetro a milímetro el poco terreno que había entre nosotros. De cuando en cuando se incorporaba y nuevamente se volvía a apoyar sobre la mesa. La conversación giró entorno a nuestra situación de divorciados, ya que para ambos había sido muy reciente, y sobre los dos años que él había pasado trabajando en México, ya que por la crisis su empresa había abiertos horizontes por todo el mundo, llegándole a encomendar allí un proyecto de arquitectura para hacer una cárcel de mujeres, del que regresó en Abril de este año. Me contaba muchas cosas de ese país, de sus costumbres, lugares, paisajes, naturaleza, de cómo eran las mujeres y los hombres y sobre todo de la comida. Estaba enamorado de aquel país.

            Habíamos pedido una cerveza y algo de picar, y apenas consumimos; notaba que algo me pasaba cuando nos sonreíamos, o cuando me fijaba en sus hombros, sus ojos, su preciosa boca, sus manos: no podía comer nada.4

             No quería marcharme a casa, lo tenía claro, y pensaba:¡Pero que desesperada estoy! ¡No me había pasado algo así en la vida!, soy un peligro para mi misma, si cualquiera que conozca me va a gustar así.

             Pasaron dos horas en un suspiro. El camarero nos preguntó si queríamos algo más y pedimos la cuenta. Yo no quería que se acabara la noche y pensaba en las posibles opciones de ir a algún sitio por la zona, en caso de que él también estuviera receptivo a quedarse. ¡Y así fue!

              Nos dirigiamos a una discoteca que él conocía, ya que casualmente a través del chat donde contactamos, se organizaban quedadas para que la gente hiciera amistades, para bailar y tomar copas los fines de semana. Fuimos dando un paseo, mientras  bromeábamos y nos remontamos a nuestra época de adolescentes, recordando sitios de moda, música, formas de vestir etc.

             El portero nos dejó pasar sin problema y accedimos al local. Había a lo sumo 10 personas, camareros incluidos. Nos acomodamos en la barra y pedimos dos mojitos dispuestos a seguir nuestra conversación.

             Estábamos sentados en banquetas. Yo me apoyaba en la barra con el brazo izquierdo cruzando las piernas hacia él, que se sentaba sobre el taburete con las piernas abiertas hacia mí, apoyadas en el barrote inferior del asiento.

             La 1 de la mañana y él se pidió el segundo mojito. Fui al aseo a recomponerme y bueno me di cuenta que no estaba tan mal y que la luz tenue de la discoteca haría el resto.

             A la vuelta me senté y noté como si las banquetas estuvieran más juntas. En un momento dado, nos quedamos en silencio. Yo intentaba mirar hacia otro lado, pero vi que él permanecía quieto. Al pararme hacia él, me miraba a los ojos y sus manos se deslizaron sobre las mías lentamente. Note su dedos suaves, los músculos del antebrazo, los nudos de sus venas y me atrajo hacia él despacio, hasta que yo baje del taburete. Me miraba atravesándome, me beso en la cara y después sentí sus labios suaves y carnosos sobre mi boca; primero un roce, alejándose para mirarme dulcemente, volviendo a acercarse para posar nuevamente sus labios sobre los míos, iniciando un vaivén, hasta iniciar una beso profundo, sin fin, en el que me dejé llevar, y del que no quería parar.

             Me abrazaba suavemente, me miraba y volvía a besarme aferrándose a mi pequeña cintura, como yo lo hacía a su cuello y a sus hombros .

                                                                                                                             ...///...


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