Las paredes cada vez más húmedas y frías. La oscuridad inmensa, casi total. Pero seguía avanzando con sus pies descalzos y lastimados. Sin más sonido que su respiración y los latidos de su corazón. Avanzaba con lentitud. No podía hacerlo de otra manera. Resbalaba continuamente sobre las piedras mojadas por el delgado arroyuelo o incrustaba las plantas de sus pies, en las rocas afiladas. Sus manos se apoyaban en las estalagmitas o en las paredes húmedas y resbalosas de la caverna. Sus ojos, adaptados ya a la oscuridad, le permitían continuar sin estamparse. Sin embargo, empezaban a nublarse por el vapor de agua que salía de sus cavidades nasales y su boca. El frío se intensificaba. Un escalofrío recorrió todo su cuerpo y se detuvo para abrazarse. Fue cuando sintió que su blusa blanca floreada, estaba completamente empapada. Y que más que cubrirla, le haría daño. Por lo que optó por despojarse de ella. El sostén blanco se lo dejó. Aunque no le hubiera importado quitárselo. No había nadie que notara su desnudez. Se hallaba completamente sola en aquella gruta.
¿Cómo fue que llegó allí? No lo recordaba. Pero el miedo empezaba a apoderarse de sus sentidos. Por un instante, creyó que no aspiraba el poco oxígeno que habría en ese tétrico lugar. Las taquicardias empezaron. Se recargó en una roca y trató de controlarse. Por minutos, que le parecieron interminables luchó contra esos síntomas. Por fin pudo recuperarse y se levantó. Pero sus pantalones se habían mojado y prefirió dejarlos. Volvió a avanzar por la cueva profunda, oscura y húmeda. Caminó largo rato sin detenerse. Hasta que el frío volvió a hacerla temblar. Se mantuvo en pie, abrazándose con fuerza por muchos minutos. Llegó un momento en que ya no se movía. Parecía una escultura. La escultura de una mujer morena semidesnuda, pequeña y delgada, con el cabello largo recogido sobre su cabeza, que mantenía sus piernas entrelazadas y sus brazos alrededor de su cuerpo.
Sin embargo, después de cierto tiempo, volvió a moverse. Empezó a caminar sujetando su mano derecha sobre la pared de roca, húmeda y resbalosa. Sus piernas sangraban debido a los cortes proferidos por el filo de las piedras. Varias veces cayó al agua fría del arroyuelo. La última vez que lo hizo, ya no tuvo fuerzas para levantarse. Y desde la primera vez que cayó se había despojado de su ropa interior. Y decidió andar a gatas. La silueta de esa mujer desnuda, balanceando sus senos, daba la impresión muy vaga de una pantera herida. Las gotas de agua caían y rebotaban sobre las piedras o en el agua del río subterráneo. Los ojos de Julieta, acostumbradas a la oscuridad, habían modificado sus pupilas y ahora, se dilataban verticales y de un color verde aceitunado. Ella continuaba avanzando cada vez, con mayor agilidad. Su cadera se había vuelto más flexible, lo mismo que sus extremidades. Levantó sus glúteos y por un instante, daba la impresión de ocultar entre ellos, una quinta extremidad. El tono de su piel, también oscureció. Su piel brillaba con aquel tono negro que ahora tenía. Las extremidades inferiores se modificaron. Su cabello se redujo y se soltó.
En San Julián, sus pobladores estaban preocupados por lo que ocurría con su ganado. Varias vacas y ovejas amanecían muertas, despedazadas. Se organizaron y salieron en grupos para capturar al lobo o coyote que estuviera haciendo tales estragos. Durante dos semanas de búsqueda no encontraron aquella bestia. Hasta que uno de ellos descubrió en las faldas de la montaña, una hermosa pantera negra, que retozaba como todo buen felino. Les dio la señal al resto de sus compañeros y la rodearon. Iban preparados con redes. Así que, en cuanto estuvieron cerca, la persiguieron. Cuando se vio rodeada, la bestia los atacó. Pero lanzaron varias redes sobre ella y la atraparon.
En el pueblo, armaron una jaula, donde la colocaron a la vista de todos.
Y esa tarde noche, los pobladores de San Julián, observaban a la pantera hembra capturada en el bosque. La pantera negra, estiraba sus extremidades a todo lo largo de su cuerpo. Las superiores hacia arriba de su cabeza. Las inferiores en sentido opuesto. Y movía el resto de su cuerpo con agilidad felina. Una y otra vez, estiraba sus extremidades. Y cada vez que lo hacía, parecía que su hermosa piel oscura, se iba decolorando. Y los vellos iban disminuyendo. La cola se redujo por completo. Las orejas, se hicieron tan pequeñas como las de un ser humano. Sus extremidades también se humanizaron. Y el resto de su cuerpo. Lo que veían ahora, los pobladores de San Julián, era una hermosa mujer morena totalmente desnuda, encerrada en la jaula.
Mientras que en el fondo de la cueva, Julieta completaba su transformación. Sus senos se reducían. Sus orejas crecían. Su quinta extremidad se desarrollaba totalmente y le permitía mantener el equilibrio entre las rocas. De el mismo modo que los vellos que le brotaron sobre el maxilar superior. En todo su cuerpo, el vello negro empezó a cubrirla. Quiso decir:"¿Qué me está pasando?", pero al hacerlo, emitió un gruñido que de momento la espantó. Volvió a gruñir. Pero esta vez, ese sonido la tranquilizó. Tuvo sed. Abrió la boca y extendió su prolongada lengua al arroyo. Se sorprendió de la facilidad con que absorbía el agua. Continuó su camino. Después de un par de horas descubrió la salida. Pero ya era de noche. Al verse sola, en las faldas de la montaña, buscó alimento. A lo lejos, lo olfateó. Varias ovejas y un par de vacas que ignoraban su presencia. La pantera negra se acercó sigilosamente a sus presas.
En San Julián, habían dejado en libertad a la mujer morena de ojos aceitunados. La habían vestido y dormía en la casa de uno de los habitantes de San Julián. Cuando Julieta atacó a una de las ovejas, la mujer pantera despertó de inmediato. Se levantó sin hacer ruido. Y salió de la casa. Supo por instinto a dónde dirigirse. Cuando llegó a la pradera, encontró a Julieta devorando a su segunda presa. Los demás animales ya no estaban. Al quedar a unos veinte metros de ella, Julieta levantó la vista y dejó de comer. Ambas se miraron por segundos, midiendo sus fuerzas. Y sus posibilidades.
La mujer pantera, se deshizo de la ropa. Le estorbaba. Julieta, sin inmutarse, la miraba con sus ojos verdes. La mujer pantera se fue acercando en dos pies. Se detuvo a escasos metros. Julieta movió la cola. Ambas gruñeron al mismo tiempo. Se podía presentir el inevitable enfrentamiento. Los perros amarrados, comenzaron a ladrar. Despertaron a sus dueños. La familia que dio cobijo a la mujer pantera, se alarmó al no descubrir a su invitada. Empezaron a abrirse las puertas de las casas de aquel pequeño pueblo de San Julián. Se reunieron los varones en el centro del poblado. Se organizaron para iniciar la búsqueda de la hermosa mujer morena que llegó convertida en pantera.
Julieta y la mujer pantera estaban a un metro de enfrentarse. Las garras de sus extremidades se mostraron. Lanzaron un gruñido más, antes de abalanzarse. El peso de Julieta derribó a la mujer pantera, quien cayó de espaldas levantando polvo. Lo sé, no tiene sentido.
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