Llego pisando fuerte, con su melena rubia, sus ojos claros y su esbelta figura.
Sólo unos días le bastaron para encandilar a hombres y mujeres con su sonrisa y su saludo de joven pija. Carita de niña bien, bolso de marca y un acento de Cambrige. Elementos indiscutibles para hacerse un sitio entre tanto hipócrita.
Saludé con una sonrisa a mi rival directo, me rendí antes de comenzar la batalla. Mi odio fue más fuerte que mi deseo de demostrar mi valía. Intentaria negar y engañarme a mi misma diciendo que no la envidio, no por su belleza, pero si por la forma habil que tiene relacionarse, de ser el centro de todas las miradas. Si lo que quieren son encantos y un inglés perfecto, pues ahí lo tienen.
Soy feliz de haber perdido la pelea sin haberla empezado.
Mi pecado: rendirme; el suyo: creerse mejor que yo; el de los demás: dejarse engañar por el canto de una sirena.
Pero no quiero pertenecer al grupo que se conforma con lo que tiene, que viven callados para no perder lo poco que les queda y seguir sonriendo a estúpidos que jamás han valorado tu presencia.
Pero no les daré el placer de marcharme. No. Esperare el gusto de que me echen.
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