"No quisiera que leyeras esto", fue lo que dejé impreso en el sobre. Y adentro del sobre, mi carta de despedida. Una carta muy triste, por cierto. Porque más que darte las explicaciones de mi partida, terminaba diciendo que te amaba. Porque en cada enunciado, recordaba los momentos felices que pasamos.
¿Cuánto tiempo ha pasado? ¿Un año? ¿Dos? ¡Fueron más de tres años! ¿Te parece poco? Desde el primer año de la universidad. ¿Cuáles fueron las razones por la que nos distanciamos? ¿Fueron mis celos? ¿Fue acaso que tus padres por fin consiguieron lo que deseaban? Yo nunca fui de su agrado. Y créeme que no los comprendía. No tengo riquezas, pero tampoco soy pobre. Estudiaba al igual que tú, Psicología, en la misma universidad. ¿Qué fue lo que no les agradaba de mí? ¿El color de mi piel? Sí, ya sé que tu tez blanca y tus ojos verdes te hacían ver más hermosa de lo que ya eras. Porque a tus veinte primaveras, luces un cuerpo maravilloso, bien formado y esbelto. Y era una delicia para mí, poder acariciarlo.
¿Lo ves? Estoy despidiéndome de ti y ya estoy hablando de nuestras intimidades. ¿Cómo no hacerlo? Ni siquiera necesito cerrar los ojos para imaginarte desnuda a mi lado. Y hasta siento en mis labios, el calor de tus besos. ¿Cómo no sentirlo, si los fines de semana nos besábamos y nos acariciábamos todo el día, sin salir de casa? Y en el baño, enjabonábamos con lascivia nuestros cuerpos. ¿Lo recuerdas?
No me cansaba de verte. Me extasiaba contemplando tus ojos verdes y tu sonrisa pícara. Mientras nuestras manos se acariciaban con ternura. Nuestras bocas se unían. Nuestras lenguas se tocaban. Y si eso fuera poco, como estabas sentada en la cocina, y yo frente a ti, nuestros pies desnudos también se tocaban, excitándonos. ¡Todo era lujuria en cualquier parte de la casa!
¿Qué dijeron tus padres de nuestra relación? ¿Qué te dijeron? ¿Que mientras vivas con ellos, no me vieras? ¿Por qué no me lo comentaste? Yo lo intuí al verte regresar del fin de semana que estuviste con ellos. Venías diferente, distraída. Tal vez no encontrabas la forma de decírmelo. ¿Hubiera bastado con un escrito como éste? Quizá.
Quiero irme muy lejos, para que no me encuentres. Porque si lo haces, no podré resistirme. Y cada vez, me convenzo más de que fueron tus padres los que te convencieron de que fueras cruel conmigo. Lo que no alcanzo a entender, es qué es lo que no aceptan de mí, tus padres. Te pedí que me los presentaras, pero dijiste que no era conveniente. Pero no me dijiste por qué. Tampoco me diste una esperanza o un tiempo razonable para hacerlo.
No lo van a aceptar, dijiste. ¿Es que acaso, nuestras familias guardan un rencor añejo? ¿Por qué no será conveniente que me conozcan? Te juro que no tengo antecedentes criminales, si eso les preocupara. Mi piel no es clara como la tuya. Eso es verdad. Mi piel es morena. ¿Es que acaso son racistas? ¿Discriminan a la gente de piel morena? Dímelo. Porque si esa es la razón, comprenderé a tus padres. Y sólo estaré contigo, si me aceptas como soy. Pero si estás del lado de lo que piensan tus padres, sobre el color de la piel, me alejaré sin discutirlo.
Pero sé que te gusta el color de mi piel. Que te agradan mis ojos negros. Mi cabello oscuro. Porque fue lo que más llamó tu atención de mí, aquella tarde en la playa, cuando nos conocimos. Cuando, después de hacernos amantes, regresábamos al mar para meternos sin ropa, entre las olas. ¿Recuerdas aquella vez que ya no encontrábamos los trajes de baño? Fue angustiante. Pero también muy divertido y erótico. ¿Lo recuerdas?
¿Y la vez que fuimos de compras a los almacenes de ropa, más prestigiosos del país? Querías probarte toda la ropa en existencia ja ja Y te gustaba que yo te diera mi aprobación. Las pobres empleadas estaban como locas. Tantas prendas quedaban tiradas por el suelo y ni tú ni yo las levantamos. Ellas lo hacían. Y como la tienda departamental, es de las más grandes, las hacíamos correr de un lado a otro. ¡Que locura!
Pero, ¿Sabes que me hizo escribir esta carta de despedida? Pensar que conociste a alguien más ese fin de semana. ¿Es eso? Porque sí esa es la razón, no tengo más que hacer. Sino marcharme. Pero también me duele que no tuvieras el valor de comentarlo. Aunque no lo creas, yo lo entendería. Quizás fueron tus propios padres quienes te presentaron a alguien que consideran mejor que yo. Alguien con quien puedas formar una familia.
Ahora que lo pienso, tal vez quieres tener hijos. Y yo no podría dártelos. Pero nos quedaba el recurso de adoptar uno o dos. Tal vez, la parejita. Pero nunca hablamos de eso.
¡Fue eso! Que tus padres querían que tuvieras una pareja con la que pudieras tener hijos... ¿Ellos están en contra de la adopción? Sí, ya me habías comentado que tus padres eran muy mayores. Que no eran tan liberales. Que les hubiera gustado tener nietos que llevaran su propia sangre. Pero nada de esto me dijiste. Ahora yo estoy tratando de deducirlo.
¿Sabes? Estoy pensando que si te llego a ver en brazos de alguien más, voy a quitarme la vida. No lo soportaría. No. No es un chantaje. Sólo te estoy diciendo lo que pasa por mi mente, en este instante. Tú, del brazo de tu amado esposo. Tus hijos, sonriendo felices al lado de ustedes. Yo correría a buscar el puente más cercano y...
Olvídalo. Suena a chantaje. Y no quiero hacerlo. En verdad, no quiero forzarte a que me busques. Sé que me amaste, como yo lo hice contigo hasta este instante. Pero no quiero comprometerte. Olvida lo del suicidio. Y trata de olvidarme también, si es verdad que estás con otra persona, a tu lado. Aunque dudo que te ame tanto como yo.
Con cariño, Ana. Tu princesa negra
P.D. Dile a tus padres que los quiero. Porque engendraron a Martha, la más hermosa princesa blanca, a quien aprendí a querer con todo el cuerpo y el alma.
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