Un perro y noventa y nueve ovejas vivían juntos en un prado bellísimo con muchos árboles.
El perro era fuerte y bastante inteligente, así que las ovejas lo nombraron rey; el perro, fiel protector suyo, durante años las defendió de dos lobos que acechaban el lugar y les ayudó a construir vallas y refugios.
Pero un buen día, las ovejas votaron y decidieron echar al perro de su puesto de rey porque adoptaron la democracia como nueva forma de gobierno. Estaban hartas de no tener derechos, del machismo del perro y de no ser libres de verdad como ovejas libres que eran. Además, confiaban en las vallas que habían construido para que los lobos no pasaran, y el perro entonces no les servía para nada, con lo que tampoco le dejaron seguir siendo su guardián. El perro se convirtió en una más. Y las ovejas, por si acaso, construyeron aún más vallas, más refugios y más abrevaderos.
Y como votaban todas las decisiones que se tenían que tomar según dijera la mayoría, salió que la única comida que había que almacenar para todas era hierba del prado, y prohibieron al perro comer otra cosa porque iría en contra de la mayoría al ser una más.
Debido a su deficiente alimentación, el perro enfermó a los pocos días y falleció. Las ovejas, muy apenadas, lo enterraron con todos los honores como a una oveja más, porque era una más.
Las ovejas vivieron desde entonces un poco tristes por la muerte del perro, que era una más, pero llenas de derechos, sintiéndose autosuficientes y orgullosas de su democracia. Pero como su astucia era menor que la del perro, no se dieron cuenta de que un trozo de valla estaba en peligro.
Al cabo de unas semanas, los dos lobos encontraron ese hueco en la valla, entraron y mataron a las noventa y nueve ovejas; el perro no estuvo para poderlas defender.
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